Por: Ana Cristina Franco
Fundido a negro. Una misteriosa voz nos habla. Se trata del propio autor que aprovecha los créditos de cabecera para dirigirse a nosotros, los espectadores, a darnos instrucciones sobre cómo debemos ver su película. A pesar de que veremos un musical, nos prohíbe cantar, corear o aplaudir. “No se tolerará la respiración durante el espectáculo”, nos advierte con tono imperativo.
La ciudad. Las luces de los autos se deslizan en la noche cerca de lo que parece el exterior de un teatro. Hay tintes de misterio, de modernidad, de ciencia ficción. La imagen se deforma como un electrocardiograma urbano, que late, suena, y amenaza con detenerse o desaparecer. Una falla virtual que evidencia el error, que delata la ficción; casi como si advirtiera que nada de lo que veremos a continuación será real.
En un estudio de grabación, un hombre de cabello cano y gafas, fuma un cigarrillo frente a una consola, es Leos Carax. Los “Sparks” ensayan los primeros acordes y el director llama a su hija: “Hey, Nastia, vamos a empezar”. Entonces , pasando de la oscuridad a la luz, se acerca a él una chica sorprendentemente parecida a su ex esposa Yekaterina Golubeva, quien se suicidó en 2011.
Padre e hija se colan en su propia ficción, dejándonos ver los hilos que sostienen esta compleja trama.
Empieza el show. Los hermanos Ron y Russell Mael dan las pautas del tema más pegajoso del musical, «So May We Start». Los músicos se levantan, y sin dejar de cantar, salen del estudio junto a las coristas; avanzan hasta la calle, poco a poco se unen a ellos los actores de la película, Adam Driver, Marion Cotillard y Simon Helberg, quienes encabezan la caravana musical que atraviesa la ciudad nocturna; mientras cantan, los actores se ponen los vestuarios de sus personajes hasta finalmente desprenderse del “coro” para entrar en el territorio de la ficción.
Así comienza Anette, la sexta película del `“enfant terrible” del cine francés, cuyo
universo no es clasificable, menos aún complaciente ni fácil de analizar para la crítica. Lejos de proponerse una historia lineal, lejos de una dramaturgia clásica pero tampoco tan cerca del surrealismo, Carax crea un lenguaje único que transgrede cualquier estética predeterminada. Una narrativa muy particular que tiene algo de onírico, de horror, de musical, de melodrama, de comedia y de drama.
Anette cuenta la historia de amor entre Herny McHenry, un artista transgresor, políticamente incorrecto, comediante de stand up comedy, y Ann Defrasnoux, una cantante de ópera muy famosa y apreciada por la gente. Mientras Henry es naturalmente violento, y su arte, ácido, como una especie de apología a la crueldad, Ann está rodeada del aura etérea de la ópera; recuerda a una diosa griega que lleva en sus venas el sino de la tragedia. Estos polos se juntan provocando un terremoto cuyo nombre es Anette, una bebé interpretada por una marioneta (que fue manejada por titiriteros en el rodaje) que a pesar de estar hecha de madera y plástico, resulta más humana que sus padres. Todo esto narrado en un escenario onírico, post futurista y raro, en el que los personajes, en lugar de hablar, cantan, creando un discurso angustioso, anti natural, que expresa los matices más sórdidos del ser humano pero a través de las herramientas de la comedia y del show.
La música ha sido siempre una obsesión para Leos Carax. El sentido de sus películas más que en el argumento está en la musicalidad, en el ritmo, en la poesía. Tal vez por eso el baile y la música han estado siempre presentes en su obra, como en esa escena de Les amants du pont neuf (1991) en la que una Juliette Binoche jovencísima (que un tiempo fuera pareja suya), baila con su actor fetiche, Denis Lavant (siempre Denis Lavant), sobre el puente parisino, mientras juegos pirotécnicos revientan en el cielo. Una escena poética a todas luces, que más que informar, baila: fuego en el cielo y Binoche saltando con su sueter amarillo que le desubre un poco la piel, Lavant sin camisa haciendo formas eufóricas en el aire al ritmo de Iggy Pop, Public Enemy, Fairuz y Strauss. O la memorable escena de Mauvaise Sang (1986), (esa a la que Noah Baumbach rinde homenaje en Frances Ha (2012)) , en la que Lavant corre y baila en la calle Modern Love, de David Bowie; Carax interrumpe la narración para dar paso a una especie de coreografía que dura una buena parte de la canción (y luego es interrumpida de un golpe seco) en la que Lavant camina raro, corre, salta, e incluso se da una media luna en la calle. Y en esa sola imagen acompañada de la voz y la música de Bowie está la libertad, la modernidad, la euforia y algo más que no se sabe describir pero que indudablemente eriza la piel.
Hay un tema al que Leos Carax siempre vuelve: el metacine; en cada filme evidencia de alguna manera los límites de la representación; va más allá de los opuestos binarios realidad- ficción proponiendo una serie de mundos, submundos y realidades que se superponen como las capas de una cebolla, como en Holy Motors (2012), donde no hay una división clara entre lo real y lo no real, sino una serie de verdades que se transforman constantemente, así como un solo actor que interpreta un millón de personajes.
“La introducción del coro es el acto decisivo por el cual fue leal y abiertamente declarada la guerra contra todo naturalismo en el arte” escribió Nietzche en El Origen de La Tragedia.
En Anette, el papel del musical no es entretener sino más bien incomodar, evidenciar constantemente los límites de la representación; los diálogos cantados, las coristas fungiendo de “las masas” no hacen más que mostrar las costuras de la ficción. O aquella escena en la que Simon Helberg dirige una orquesta mientras intercala comentarios con el público; Helberg interrumpe la ficción, rompiendo con su rol de director, para, por un pequeño momento que tiene la forma de paréntesis, dirigirse al espectador (cantando) y explicarle la trama. Un irónico juego entre mímesis y diégesis que evidencia el absurdo de la vida y sus posibles intentos de representación.
Carax es experto en crear metáforas, y metáforas de las metáforas, y así, ad infinitum. Cada escena, cada imagen, cada situación se presta a múltiples sentidos; sus personajes casi siempre están involucrados en el arte o en el mundo del espectáculo. En Anette, los protagonistas se mueven en mundos (o espectáculos) opuestos. Ann, en tonos azulados y rosa, se desliza en el universo antiguo y sagrado de la ópera, mientras Herny McHenry habita escenarios más modernos, banales, los del stand up comedy, en los que se respira una atmósfera densa, un tanto pesadillesca, envuelta en humo y monólogos que rozan los límites del humor y la crueldad. Ann y Henry encarnan esas dos formas arquetípicas de la representación, lo antiguo y lo moderno, la tragedia y la comedia; estos dos seres -que según Nietzche serían perfectas metáforas de lo apolíneo y lo dionisíaco- se juntan como en un mito griego para dar a luz a Anette, la marioneta rara y dulce que de alguna manera encarna el show, el arte en tiempos de instagram, la viralidad de las redes sociales y el excesivo fanatismo dependiente de la cantidad de views. En ese sentido, Anette es una especie de anti-musical, una suerte de parodia a la cultura del entretenimiento que quizá alcanza su máxima expresión en el género del musical, hijo bastardo de la ópera.
Uno de los pocos comentarios que emitió Leos Carax en el Festival de Cannes sobre Anette fue: «Esta película es el retrato de un hombre que es un mal padre, una mala persona, un mal artista; pero podría haber mil versiones más de esta historia. No veo que en ella haya pizca de indulgencia, tampoco de juicio. Lo que la película defiende es que tienes que luchar por lo que quieres, pero que tienes que ir con cuidado». Es decir, el retrato de un hombre que comete pecados imperdonables, sobre todo en tiempos donde la moral se dicta en Facebook. Anette es también la historia de un hombre (que de alguna manera es todos los hombres) que no sabe amar y que se ve sorprendido- y condenado- en una sociedad que ya no tolera la violencia de género pero que tampoco sabe cómo manejarla. De ahí los guiños a comediantes modernos tipo Loui CK que han sido celebrados por su humor políticamente incorrecto, pero también duramente condenados por sus conductas machistas que ya no son aceptadas hoy en día.
Es que como varios hombres y mujeres que son el fruto de una sociedad tóxica, Herny McHenry no sabe amar. Sí, es tóxico, pero sobre todo, está intoxicado. El amor, en su cuerpo imperfecto, enorme, desproporcionado, le desborda; sus emociones le causan un shock que no sabe controlar. “El amor me vuelve enfermo” . Al contrario de aquella mirada que, ignorando la complejidad humana, se centra únicamente en el juicio, Carax explora un poco sobre el punto de vista del victimario. En ese sentido Anette es la tragedia de un hombre que destruye todo lo que ama, que solo es capaz de ver que su hija es real cuando ya la ha perdido.
Se conoce sobre los guiños autorreferenciales de Carax en sus películas; por ejemplo, cuando en Holy Motors el protagonista se llama Oscar, igual que él (el nombre original de Leos es Oscar); algo parecido sucede en Anette cuando al inicio lo vemos en la película con su hija Nastia, lo cual resulta algo perturbador tomando en cuenta que la trama va sobre un padre explotador y un potencial femicida; las cosas se enturbian aún más cuando descubrimos que la ex mujer de Carax se suicidó en el 2011 “bajo circunstancias desconocidas”. Resulta imposible no asociar este hecho a la trama de sus películas. No solo Anette cuenta la historia de una mujer amada que muere “en circunstancias desconocidas” , en Holy Motors también hay una amante que se suicida. Pero toda esta posible chismografía oscura queda fuera de lugar cuando nos enteramos que el guion de Anette, lejos de ser un ejercicio puramente personal, ha sido concebido años atrás por los hermanos Mael. Anette es una historia que surge desde la música, una trama que ha sido escrita por músicos y puesta en escena por un maestro en convertir la filosofía en imágenes o la música en historias.
Carax nunca ha sido complaciente. Se le agradece el haber creado otra película que incomoda, que no tiene etiqueta posible, que perturba y obliga a pensar; que congela el alma cuando surge la risa, que oscila entre la belleza y el horror, dejando más preguntas que respuestas.
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