Por Felipe Camacho
En el mundo del cine, los actores, directores y fotógrafos son las figuras más mediáticas, tal vez por razones obvias, tal vez por marketing, pero sin duda muchas veces quedan de lado departamentos esenciales en la creación de una película y en la historia del cine. En la quinta edición del Festival Internacional de Cine de Quito, se ha puesto en el centro de la mesa a uno de estos departamentos: el montaje cinematográfico.
Este año el FICQ presenta al público una retrospectiva muy especial centrada en la obra de la montajista española Ana Pfaff, quien ha trabajado en numerosas películas, entre ellas, Verano de 1993 (Carla Simon, 2017) y Niñato (Adrián Orr, 2017), dos filmes que fueron proyectados y premiados en anteriores ediciones del FICQ. Este año tendremos dentro del foco tres largometrajes más: Ainhoa, yo no soy esa (Carolina Astudillo, 2018), Con el viento (Merixtell Colell, 2018), Los días que vendrán (Carlos Marques-Marcet, 2019) y un cortometraje: Jugo de Sandía (Irene Moray, 2019), con los que podremos disfrutar una vez de la mirada de Ana.
Ana Pfaff se ha destacado como montajista dentro del cine de autor español. Las experiencias humanas son una constante dentro de su trabajo, tanto en películas documentales, películas de ficción y lo que está en el medio. Precisamente, otra característica que se encuentra en su obra es cierta inclinación al distanciamiento de estas etiquetas que se manejan para la separación de “cine documental” y “cine de ficción”. El estilo de montaje de sus películas tienen una tendencia a lo híbrido entre estos dos mundos del cine.
Parece que esa “hibridación” de estilos crea en el espectador una especie de tensión/atracción al cuestionarse sutilmente la verosimilitud de lo que está viendo/oyendo.
¿Todo lo que estoy observando es ficción? ¿Hasta que punto la historia es “real”? Estas son preguntas que se van introduciendo en la audiencia y produciendo interés o curiosidad por descubrir algo en las entrañas de la película. 
Un gran ejemplo de este rasgo lo podemos apreciar en Niñato (Adrián Orr, 2017), galardonado en la tercera edición del FICQ. En la película, la actuación natural y auténtica de los personajes nos induce a pensar que son personajes reales, no obstante, el montaje y construcción de las escenas crea una sensación de ficción que produce esta “hibridación”.  Asimismo, en la película Verano de 1993 (Carla Simón, 2017), una producción más cercana al cine de ficción, en donde los actores interpretan escenas de un guion, este proceso se da a la inversa: el montaje busca descubrir pequeños momentos de espontaneidad de los actores y en otros casos, dilatar las escenas para buscar un ritmo cercano al tiempo real.
Por otra parte, se puede apreciar una fuerte relación con los personajes de la película.
Las emociones de los personajes muchas veces sirven como una especie brújula en el quehacer de Ana.
En el largometraje Ainhoa, yo no soy esa (Carolina Astudillo, 2018) existe un trabajo muy interesante. Una voz en off lee extractos del diario de la protagonista acompañados de secuencias de imágenes creadas con material de archivo. Estas imágenes logran, a través del montaje, contagiar al espectador de sensaciones relacionadas con el contenido del diario del personaje representado, sin tener ninguna relación aparente con el mismo. De la misma manera, en el cortometraje Jugo de Sandía (Irene Moray, 2019) se aprecia un gran vínculo entre las emociones que viven los personajes y el montaje. La edición prioriza los sentimientos de la protagonista y busca enfatizar la tensión de la escena por medio del ritmo, como sucede en el pasaje de la cena con amigos, donde la protagonista confiesa haber sido violada en medio de una conversación coloquial. 
Por último, la obra de arte en el cine cobra sentido al conjugar todas sus “partes” en el proceso de montaje.  El FICQ en su quinta edición, este año en versión virtual, nos ofrece la oportunidad de adentrarnos un poco más en este mundo invisible, un tema poco recurrente en los festivales, al tratarse de una retrospectiva que no se centra en un director. En esta ocasión podremos hacerlo de la mano de una gran exponente contemporánea del rol del montajista: Ana Pfaff.

Jugo de sandía (Irene Moray, España, 2019)

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