Por: Ana Cristina Franco
El hombre que mató a Don Quijote”, la más reciente película de Terry Gilliam, es la imagen que da rostro a nuestra portada. Diecinueve años le tomó al irreverente realizador británico poner en escena este proyecto ambicioso, desmedido y quijotezco, que empezó a gestarse en 1998. Rodar una película sobre El Quijote y tardar casi dos décadas en hacerlo, con 8 intentos de rodaje fallidos en el camino, es ya un acierto. Porque se trata de un proyecto bello e imprefecto, que recuerda que en el terreno de las búsquedas artísticas (o por lo menos las más sinceras) las causas siempre valdrán más que el resultado.
Este es el quinto año que edito el periódico del Festival Eurocine. Cada edición me ha permitido acercarme, desde distintas perspectivas, a lo que implica pensar el cine europeo. A recordar sus lasos estrechos con eso que llamamos “cine de autor”, ese cine que no teme perder, y que, como Don Quijote con su espada, se abre camino entre los molinos para encontrar gigantes en el asfalto. Me inspira y me da valor recordar las causas de este lenguaje que nació a la sombra de la Industria. Pienso que en tiempos de centro comercial y de influencers, pero también de elegantes Festivales de Cine Independiente donde también se excluyen cintas por no cumplir con ciertas reglas, es urgente que todavía haya un cine que, más allá de la plataforma de exhibición y el público que le corresponda, experimente, explore y transgreda.
Cada película de la que en esta edición se escribe, explora una forma de riesgo. A través de  Les Garçons Sauvages(2017) de Bertrand Mandico, película a la que han tachado de “intelectualmente pornográfica” y que forma parte de la sección “Europa al día/Fisuras”, Fausto Rivera analiza la aventura de cinco jóvenes que transitan los géneros; exploran los límites de la libertad hasta conseguir eso que parecería simple pero es lo más difícil del mundo: atreverse a ser quiénes son.
Andrés Cárdenas nos recuerda que esperamos mucho del amor, o al menos, eso es lo que plantea PawlikowskienCold War(2018), un retrato íntimo de la Polonia de Posguerra filmado bellamente en blanco y negro, con el que nos vuelve a conquistar igual que ya lo hizo una vez con Ida(2013).
En el Especial tenemos dos acercamientos al cineasta portugués Miguel Gomes, nuestro protagonista de la sección En Foco. Este director tan particular y no tan conocido, conjuga perfectamente lo real con lo imaginario desafiando los límites entre documental y ficción. Galo Pérez escribe sobre la estructura a-temporal de Tabú (2012), cuyo prólogo ha sido catalogado por Sebastián Cordero como “uno de los momentos más bellos del cine contemporáneo”. En cambio Julieta Juncandella hace un repaso breve por casi toda su filmografía intentado descifrar las herramientas claves que parecen repetirse en la obra del cineasta portugués, como el metalenguaje, la improvisación o la preferencia por el soporte análogo al digital.
La sección “Nuestra Tierra”,  lejos de una mirada puramente ecologista,  propone un acercamiento a la compleja relación del ser humano y la Naturaleza, temática que tanto ha tratado Herzog en su cine. En este caso, Carolina Benalcázar se enfoca en Lo que arde(2019) de Oliver Laxe, quien ya ha dejado importantes huellas en el cine independiente con sus anteriores cintas. Su texto indaga en la mirada de Laxe sobre la Naturaleza, en este caso representanda en el fuego, y los afectos.
A propósito de los cortos de Agnès Varda que se presentan en esta edición,  y claro, también de su muerte reciente, Alexandra Cuesta hace un repaso por la vida y la obra de la cineasta que se  preguntó qué es ser mujer. Cuesta analiza el lugar que la autora belga ocupa en La Nueva Ola Francesa, un movimiento conocido principalmente por hombres. También subraya la mirada curiosa de Varda, esa que devela la belleza que lo cotidiano esconde.
Christian León hace un concienzudo análisis de la más reciente pelíucla de Jean Luc Godard, El libro de imágenes (2019). Su texto, perfecta mezcla de investigación y placer narrativo, hace justicia a la compleja propuesta del cineasta francés que ha desafiado los mandamientos del cine independiente exhibiendo su difícil cinta en la platafroma popular, Netflix.
En su texto “Cuando desperté, el gigante todavía estaba allí” Juan Fernando Andrade celebra la poesía de la ya nombrada “El hombre que mató al Quijote” (2018) y se atreve a cuestionar los nuevos paradigmas dictados, esta vez no por Hollywood, sino por Cannes.
Volvemos, entonces, a ese cine filosófico, imposible. Estamos hablando de riesgo. Estamos hablando de sueños más grandes que posibilidades. Estamos hablando de arremeter con espadas a gigantes invisibles. La épica de lo romántico. Porque Don Quijote con su espada es también Bertrand Mandico filmando en blanco y negro la historia de cinco seres humanos salvajes; es Miguel Gómes rodando en fílmico y desafiando el lenguaje líneal; es Agnès Varda volacando su mirada hacia lo cotidiano; es Jean Luc Godard filmando el pensamiento; es, obviamente, Terry Gilliam rodando, por novena vez, su versión quijotezca de El Quijote.
Más que una mirada anticuada que busque quedarse en las formas del pasado o atarse a viejos mandamientos estéticos, el laso invisible que quizá atravisa esta selección de textos (y películas) es su apuesta por el arte. Cito tanto al Quijote porque veo allí una metáfora perfecta sobre la problemática de hacer una película sincera en plena sociedad de consumo; o como dice Juan Fernando Andrade en su texto: “¿Puede haber una mejor representación de un duelo entre el artista y la industria?”. Me gusta pensar que el caos maravilloso encarnado por El Quijote, un personaje europeo, resulta también muy latinoamericano. Espero, entonces, que lo que compartan el cine europeo y el latinoamericano sea el deseo obstinado y romántico de plasmar, entre los molinos de viento, una forma de ver el mundo.

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