Por Gabriela Paz y Miño
La mitad de la película se filmó en un motel. Pero no cualquier motel: uno sucio, con mal olor y paredes manchadas… el peor que pudieron encontrar. Hasta la escena de la capilla, en la que la prototípica quiteña atormentada por el amor busca los consejos de un sacerdote, hasta esa se filmó allí. Colgaron un crucifijo, pusieron un fondo blanco y asunto resuelto.
La selección de esa locación predominante y el uso de una estética sórdida y grotesca no fueron casuales. Fueron parte de la lucha cuerpo a cuerpo contra la cursilería que se planteó Mateo Herrera en Tinta Sangre. Porque los quiteños somos cursis, dice Herrera. Y nos enamoramos de manera cursi, creyéndonos únicos cuando, en el fondo, todos somos la misma cosa. Una cosa cursi.
Herrera, junto a Pablo Gordillo y Simón Brauer, directores de fotografía, y Ana Cristina Franco, guionista, le declararon la guerra a la miel. Y al patetismo. Y lograron una caricatura de ese amor de telenovela que es -según ellos- una fiebre malhadada aquí, a 2 800 metros.
Lo dejaron claro ayer, (9 de enero, 2014) en Ochoymedio, después de la película.  En franca disputa por el micrófono (Mateo se lo arrebataba a sus directores de fotografía cada vez que se acordaba de algo más), los cuatro hablaron de la forma en que concibieron la visualidad de este filme, entre callejones sucios, parques abandonados, y camas, camas y más camas.
Fue –dijeron- un trabajo a cuatro manos, muy experimental, pero con estrictas instrucciones del director (no iluminación artificial y solo planos fijos, en determinados momentos de la película). Una forma de dirigir que finalmente devino en una suerte de jam, que los fotógrafos sufrieron y disfrutaron a la vez.
Tinta Sangre es la única película ecuatoriana prohibida para menores de 18 años. “Cosa exageradísima, porque no es pornografía”, dice Mateo Herrera. Pornografía o no, en la función de ayer las escenas de sexo provocaron risitas muy quiteñas –contenidas y nerviosas- en una fila de señoritas que se ubicó casi al final de la sala. “Qué papelón”, dijo una de ellas al salir. “Igual, nadie nos vio”, terció su amiga.
(En la foto, de izquierda a derecha: Mateo Herrera, Lucas Taillifer, Pablo Gordillo, Simón Brauer.)

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