Por Orisel Castro
“Amamos lo que nos hace carencia” dice una cita de Alejandra Pizarnik entre páginas escritas a mano, fotografías y películas caseras filmadas en los años 70. Las imágenes de la infancia de Ainhoa con su familia en España se comparan con las de la directora en Chile en la misma época. El montaje hilvana los materiales y las voces en una composición conmovedora y compleja alrededor de la subjetividad femenina. El suicidio despierta una necesidad por entender al otro, ponerse en su lugar. Carolina Astudillo, la directora de esta película, parte de los secretos de Ainhoa contenidos en sus diarios y los completa con trozos de grabaciones de llamadas telefónicas, fotos y videos para reconstruir y volver a mirar una y otra vez los gestos que podrían explicar lo que pasaba dentro, detrás de lo que se ve. Carolina nunca conoció a Ainhoa en persona, pero se acerca tanto a ella que nos la presenta mientras nos invita a verla como una mujer en particular y al mismo tiempo, como la imagen en la que muchas podemos reconocernos. Al final, hemos perdido a alguien que nos importa, alguien a quien vimos crecer, que nos contó sus tormentos y alegrías, pero además, hemos escuchado las voces de otras mujeres que se vuelven audibles y visibles por conjuro de las realizadoras de este filme. No estamos solas.

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