Eduardo Varas entrevistó a nuestro invitado de este año para el periódico de ochoymedio. Un perfil de Ado Arrietta.
Por Eduardo Varas C.
Ado Arrietta (Madrid, 1942) saca la cabeza de una cortina roja mientras su lengua está afuera, desafiante. En otra fotografía desorbita sus ojos y extiende la mano ante la cámara, como si fuese un prestidigitador. En una entrevista para Vanity Fair España, dijo que se queda con “Ado” porque es un nombre más comercial y uno se lo puede imaginar riendo al decirlo. Insiste en este punto cuando se le pregunta. No es Adolfo, Adolpho o Udolfo —nombres que ha usado antes—. Hoy es Ado y en su apellido lleva una doble “te”. Es un juego, como muchas cosas que hace y ese parece ser el motor de su obra: el juego. Pero uno serio, enmarcado en cierto caos y precariedad propios del cine under, con la evocación poética como sello en sus historias, con la música como generadora de ambientes entre escenas, cuando el diálogo es innecesario. Filmes con tramas naive que se complejizan en cualquier momento, películas en las que se aprovechan las sorpresas del rodaje para incluirlas en la versión final. Sea la sobreimposición de imágenes porque la cinta que se usó ya había sido usada antes, o sean tomas con filtros verdes o rojos para esconder ciertas manchas en el negativo. Todo sirve y genera un universo sólido. En el cine no existe el control total.
Lo que hace Arrieta es cine underground y para él eso tiene un gran siginificado: “Una película, como un cuadro, se hace con los medios que el artista dispone. Un pintor pinta en papel de periódico si no tiene una cartulina. Cine underground es sinónimo de cine hecho con pocos medios”, dice vía email. Su obra, que empezó en España, encontró en Francia su espacio para desarrollarse, cuando se instaló en París, en 1967, lugar en el que estableció nexos con los intelectuales y artistas de la época, como Marguerite Duras, Jean Marais —actor fetiche de Jean Cocteau, con quien los críticos relacionan mucho la obra de Arrietta—, Enrique Vila-Matas y Severo Sarduy, entre otros. Muchos de ellos han actuado en sus filmes.
Desde su primer trabajo, El crimen de la pirindola (1965), hasta el último, Bella durmiente (2017), estamos ante un realizador que solo quiere hacer películas, que busca que estén bien hechas de acuerdo a sus perspectivas. En Arrietta no hay un solo dejo de enfrentamiento con otras filmografías o necesidad de dejar una enseñanza, escuela o moraleja cinematográfica. En las 14 películas que ha realizado, entre cortos, medios y largometrajes, solo hay un genuino deseo de hacer cine.
“Puedo hacer películas con muchos medios o pocos, en el orden y en el desorden. Belle dormant es mi película más ordenada y la más cara, después de Flammes (1978). Quizás Imitación del Ángel (1966) sea la más desordenada, pero, en el orden o en el desorden, una película encuentra su forma”, explica.
Sin embargo, en su obra sí existen preocupaciones que podría considerarse políticas, aunque escapen del aleccionamiento. En 1974, con Les intrigues de Silvia Couski, película con la que ganó el Gran Premio para el Cine Diferente, en Toulon, la historia establece un universo en el que los travestis se mueven libres. “No son travestis físicos, más bien son travestis mentales. No hay una idea erótica, no es el cuerpo el que importa en ese travestismo, sino más bien el espíritu. Son unos travestis muy mentales, muy intelectuales”, ha dicho Arrietta en una entrevista que le hiciera Alberte Pagán años atrás. Pero para él, hoy en día, esa libertad quedó en el pasado: “El travestismo fue una reacción a la mojigatería post 68, una reivindicación de la frivolidad, de lo superficial. Mis amigos se travestían y yo les filmaba. A veces me travestía yo también. No creo que eso vuelva a producirse”.
Hubo un tiempo en que dejó de hacer cine. “Después de arruinarme con Merlín, en 1985, el cine se volvió imposible. En lugar de películas, escribía guiones inspirados en el final del siglo XVIII, que nunca filmé (…) Hasta que Javier Grandes me regaló una cámara diminta que encontró abandonada en un taxi en Roma. Con esa cámara empecé a filmar, sin
guion, tal y como filmaba mis primeras películas en 16mm. Eco y Narciso (2003), Vacanza permanente (2006) y Dry martini (2008) son mis primeras películas en digital. Nunca he sentido nostalgia del celuloide”, dice.
Este año estrenó Belle dormant, su versión del clásico cuento infantil, con la actuación de Mathieu Amalric —de La escafandra y la mariposa— y Niels Schneider —de Heartbeats, de Xavier Dolan—. Para él, La bella durmiente es una fábula sobre la elasticidad del tiempo, que bien pudo ser escrita por Einstein. “La película se filmó rápidamente, como en un sueño”, dice. Además, su reparto y el resultado final evidencian que esta vez hubo un presupuesto mayor para que pudiera enfocarse en otras cosas. Su trabajo con los actores fluyó —“Nuestra relación era telepática. No hacía falta hablar de nada”—, la puesta en escena, que incluye movimientos y pausas de personajes, fue coreografiada por Arrietta a través del monitor, y el trabajo de color y de iluminación se pudo crear en postproducción: “En la era digital, el etalonaje —la corrección de color— es más importante que en la era analógica. El cine se parece cada vez más a la pintura”, sentencia.
Este acercamiento al cine digital le ha permitido, inclusive, regresar en su filmografía y hacer nuevos montajes de trabajos anteriores, para sus versiones en DVD: “Me parece que una película no se termina, pero te abandona, si no encuentras nada más que hacer en ella. Tengo la impresión de que mis películas se hacen como quieren y se terminan cuando quieren”.