Por Christian León
Tengo un sobrino que se llama Theo. Tiene 10 años, le encantan las películas, los documentales, maneja las computadoras mejor que yo. Theo tiene un colección de videos bajados de Youtube, diestramente clasificada, que mira y remira. Entre sus pasiones están los documentales científicos sobre el cosmos y el origen del universo. Una ocasión quise sorprenderlo con la noticia de una nueva versión de la serie Cosmos, originalmente realizada por Carl Sagan, que estaba Netflix. Solo entonces me enteré que Theo era un viejo usuario de la tv bajo demanda y que conocía bien la serie. Desde mi mentalidad educada en linealidad del cine, le pregunté si ya había terminado de verla. Me respondió que solamente veía los capítulos que le interesaban.
Cuando pienso en Theo me doy cuenta de lo equivocado que estaba Giovanni Sartori. El nonagenario teórico italiano profetizaba la existencia de una nueva generación de video-niños educados frente al televisor con poca capacidad de pensar. Sartorí, no advirtió que la siguiente generación de video-niños se educaría frente a pantallas inteligentes que exigen autonomía, participación y pensamiento. Los video-niños de la actualidad son “prosumidores” de imágenes, realizan un consumo activo basado en elección, colección, combinación de productos audiovisuales. Son educados bajo las normas de la interactividad y los sistemas de consumo de video bajo demanda.
Estos sistemas son plataformas de distribución de todo tipo de contenidos audiovisuales informatizados que circulan en la red. A través de la creación de un perfil de usuario y un catálogo de opciones, permiten que cada espectador arme su menú diario de noticieros, ficciones, documentales, teleseries de acuerdo a su apetito, horario y conveniencia. Ya sea bajo la modalidad de descarga o consumo on-line, en acceso libre o pagado, estas plataformas proponen una nueva forma acceso al audiovisual. Si bien el video bajo demanda fue utilizado desde los años noventa, solo hasta hoy se ha transformado en una forma de consumo predominante. El incremento de la conectividad y la velocidad del internet, el desarrollo de televisores de alta resolución y la convergencia tecnológica multipantalla, sentaron las condiciones necesarias.
Según un reciente informe de la consultora Pricewaterhouse Coopers, en EE. UU. durante el 2016 las cifras de consumo de video bajo demanda superarán a las de compra de DVDs y Blu Ray, y en el 2017 a las de entradas al cine. A partir de entonces el consumo de discos y entradas decrecerá anualmente mientas el consumo on-line ira hacía arriba. Recordemos que Netflix cuenta ya con 60 millones de subscriptores. De hecho en la actualidad existe una disputa global por dominio de este gigantesco mercado en expansión. De ahí que las major de las telecomunicaciones, la informática, la venta electrónica estén montando sus propias plataformas, pienso en Movistar, Claro, Apple, Amazon.
Siendo justos con el fenómeno, hay que advertir que la distribución bajo demanda tiene dos caras. Por una lado, reproduce una serie de vicios de la vieja industria cinematográfica y televisiva; por otro lado, abre una realidad inédita que permite nuevos usos del cine y el audiovisual. Basta revisar el fenómeno de Netflix para caer en cuenta de que estamos asistiendo a una economía oligopólica en donde prima una oferta estandarizada y poco diversa. Si bien su catálogo puede ser más plural que el de la cartelera cinematográfica comercial, priman los contenidos de la gran industria del primer mundo. Por supuesto existen plataformas alternativas más especializadas, con contenidos más plurales, cuyo potencial se encuentra limitado por las barreras nacionales, idiomáticas o comerciales.
Del otro lado, es necesario reconocer que los sistemas bajo demanda han logrado liberar al espectador de los ritmos industriales y las formas de consumo masivas del cine y la televisión. La personalización de contenidos, el control sobre el visionamiento, la desmaterialización del soporte, el visionamiento on line en distintos dispositivos, así como la posibilidad de intercambios de opiniones entre usuarios en redes sociales emancipan al espectador. De ahí que el consumo bajo demanda no solo modifique radicalmente a la industria audiovisual sino al propio consumidor, devolviéndole el rol creador. El prosumidor audiovisual, educado en la redes y los sistemas bajo demanda, se parece cada vez más a un programador, a un curador, quizá a un crítico, dista mucho de un espectador televisivo que enciende el televisor y pesca lo que haya.
Recuerdo otra anécdota de mi sobrino que alcanza a describir la potencialidad de estos nuevos prosumidores autoeducados bajo las lógicas de los sistemas de bajo demanda. Theo recibió una educación católica por parte de su familia, asistió a una escuela cristiana, sin embargo es bastante laico por elección y formación videográfica. Una mañana mientras todos oraban en su escuelita, le confesó a un compañero suyo: “Rezan sin motivo, ya que en el universo no hay espacio para Dios”. Seguramente su compañero le regreso a mirar desconcertado, seguramente no había descargado los videos de Stephen Hawking.

 

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