Por Andrés Barriga
Taromenani, el Extreminio de los pueblos ocultos, de Carlos Andrés Vera, no deja de ser una mirada paternalista que no otorga la palabra a los sujetos de su retórica.
La discusión real que este documental propone tiene que ver más con un territorio cultural que con un terreno físico. Lo sorprendente viene de las miradas distintas, cruzadas, divergentes, y no tanto de fronteras, límites o pertenencias.
La otredad que emana de la evocación de las culturas que viven en la selva se parece todavía a algún deseo de blanqueo. Somos todavía mestizos que nos creemos blancos cuando miramos al otro (menos blanco que nosotros). En Taromenani, el exterminio de los pueblos ocultos es recurrente la mirada paternalista, incluida la del realizador, que destaca la simpleza de los indios sin otorgarles la palabra. De algún modo aquello es el conflicto de este tipo de documentales. ¿Quién habla y quién no? ¿Desde dónde y para qué? Carlos Andrés Vera no resuelve este conflicto. Él quiere hablar por los otros y no con los otros. Después de todo, el documental busca comunicar una forma de solidaridad, pero es torpe en su forma, pues está estructurado en valores condescendientes. El filme, de cabo a rabo, insiste tácita y explícitamente en el “pobre indio y su incultura”, que ahora son destacados porque en el aire se respira alteridad al capitalismo, y qué mejor que el enfant sauvage producto de su medio.
Finalmente los indios solo hablan de a quién, cómo y porqué mataron o violentaron, pero nunca sabemos más de ellos. La historia finalmente nos llega por la sensibilidad ecologista que demanda proteger la selva y lo que en ella habita.
La lectura de los eventos ya es conocida y obvia, pero no se deshace del tufo poscolonial que en el cine existe desde su creación. Los hermanos Lumiére, acreditados por la historia como los inventores del cine, enviaron desde fines del siglo XIX sus cinematógrafos para que recorran y registren los lugares más remotos del planeta. Todavía hay cineastas que envían sus cámaras a lugares remotos, registran y nos traen imágenes que nos sorprenden cuando vemos que la mejor moneda de cambio para los indios es una Coca Cola.
¿Pero por qué nunca hablan los indios, sobre sus deseos o sentimientos? Los personajes centrales del documental, Babe y Dabo no saben o pueden describirse, es el lúcido misionero capuchino Miguel Angel Cabodevilla quien se encarga del relato humanista y a su vez evangelizador.
Salvajes (silva) de silvestre o selva. “El que es bueno vive, el que es malo muere”, dice en un momento Dabo, pero no dice mucho más. La frase suena bien, hasta que necesariamente nos preguntamos a qué se refiere con bueno y malo. Taromenani, el exterminio de los pueblos ocultos nunca indaga en aquello. A los realizadores este tema no los convocó, su conflicto nace más de una necesidad de conservación de la selva sin petróleo derramado, con todos sus árboles en pie y con los indios que la respetan. Pero los salvajes se matan entre ellos porque los blancos quisieron intervenir. “No queremos policías ni militares”, dice un representante de los responsables de la masacre de 30 niños y mujeres, “así hicieron nuestros padres para vengar la muerte pero ahora ahí quedamos”. El sentido de aquello simplemente no lo podemos entender con una lógica occidental, entonces si de eso no se va a hablar para qué desconcertarnos. Nuevamente la dicotomía de Natura y Cultura, tan propia del desarrollo europeo del siglo XIX, es decir, el hombre como hombre antes de su educación es sólo una eventualidad.
La existencia precede a la esencia y las decisiones sólo pueden existir después de ser tomadas. O pavimentamos el oriente con la brea que de ahí brote y dejamos de llorar por cada árbol que se corte o aprendemos a ver al otro como responsable de sus actos.

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