Por la señorita Kenton, la nueva ama de llaves*
1.
Habitualmente en las ciudades pequeñas o pueblos, cuando quieren organizar un debate de cultura (o quieren ‘dizque’ hacer cultura), reúnen con entusiasmo (andino y anodino) a tres sociólogos, con tres botellas de agua y con tres ideas lentas, burocráticas y de pocas luces.
En Estados Unidos, país que me ha recibido con los brazos abiertos, las cosas ocurren de manera distinta.
Los museos u organizaciones privadas simplemente desembolsan un fondo para los artistas. Y ellos sin discrimen acceden, ponen en escena su arte y fin de la película.
Así ocurrió con el concierto de Bon Jovi en Rockefeller Plaza.
Mi guapito Jon Bon Jovi (¡qué pelo y dientes tan preciosos!), Tico Torres (en la batería Tama), Richie Sambora (con su guitarra Fender y su slide de plata en el diapasón).
Así como odio que mis medias de nylon se rompan, abomino esa tradición de las ciudades chicas donde el artista deviene en burócrata de la cultura. Ergo: nunca fue artista ni creador. Sino apenas un sujeto con ansias de jubilarse en el ‘sector público’.
Analizo esta patética realidad, mientras corto un poco de romero, minutos antes de preparar un ‘ojo de bife’, para Mariana, quien me visita en Nueva York esta semana, y hemos decido comprar unas hermosas carteras Fendi, en Canal Street, la calle que a las chicas nos hace suspirar a la hora de ir de compras.
Mariana, apenas aterriza su avión en el aeropuerto JFK, me dice a través de un mensaje de Whatsapp: se viene el 8M.
Le respondo: ¿8, por Ochoymedio? ¿M, por Mariana?
Ella me informa: Señorita Kenton, este mes quiero presentar una muestra para las mujeres y hombres que vienen al cine. La llamaré: ’Melodrama, del llanto a la ruptura’.
2.
Voy a rendir un homenaje a una mujer con nombre y apellido: Mariana Andrade.
La conozco hace más de veinte años y me sigue sorprendiendo —de ella— su amor por su pequeño país y su denuedo por ofrecer, tarde a tarde, una programación cultural a la ciudadanía local: la misma que —algunas veces— da pruebas fehacientes de que poco le interesa el arte o la cultura.
Siempre en las tardes, cuando residía en la Floresta, me encantaba pintarme las uñas de los pies con un tono ‘sangre de toro’, a esa hora en que el cielo quiteño se pinta de un celeste siesta.
Una querida amiga —que por esos años ya escribía cuentos feministas seudo poéticos y truculentos bien malos—, me visitó un día y me contó que una lectora le había dicho: “regáleme su libro”.
¿Existe un peor insulto para una escritora?
En un país donde no se admira la elegancia ni las buenas maneras, no se abrazan los libros con pasión ni se respeta la creación artística, Mariana es una ‘rara avis’ que ha entregado su existencia a la empresa cultural, a su gestión y liderazgo.
Mientras caminábamos por Manhattan, viendo esas sonrisas de vaqueros que tienen algunos corredores de bolsa, le dije sin empacho: Querida mía, siendo Secretaria de Cultura, te distinguiste porque no soñabas con ser el habitual burócrata cultural que se atornilla a la silla y rinde favor a ‘sus amigues’.
Luego, en Blue Bottle Coffee, en High Line Park, mientras peinaba los rizos de mi amiga y hermana, Mariana me hizo notar que de nada servía luchar contra la burocracia cultural.
Pedimos Cafe Latte y mientras ambas mirábamos la decoración minimalista del local, reflexioné que Mariana buscaba asear los predios culturales. (No en vano, como empresaria, debe ser la única ecuatoriana que ha visto el éxito de la permanencia más de dos décadas en el negocio del arte).
Mariana no pone películas, programa cine con sentido y sensibilidad una programación ‘ad hoc’ para cada fecha y público.
Mariana es un chef cinematográfico de gran gusto y olfato.
Y cuando veo la parrilla de películas, recuerdo mis visitas a Dominick’s, ese pequeño restaurante italiano en Arthur Avenue (Pequeña Italia, NYC), donde Aldo, el chef de sienes canosas tiene el don de recibirnos con aprecio y personaliza su atención.
Llegado marzo, Mariana quiere brindar una muestra para mujeres (y hombres) que se destaque por su feminidad.
Al caer la noche en Nueva York, a bordo de un taxi y con bolsas de compras, recuerdo esa vieja canción de Patrick O’Casey (The Cars) llamada ‘I’m not the one’.
Mariana descansa los ojos, apoyada la cabeza de rizos multicolores sobre mi hombro.
Yo soy una anciana inglesa que piensa demasiado y que lucha con una cervicalgia que me impide bailar las canciones de mi amado Roberto Alfonso Farrell (Bobby).
3.
Del 5 al 22 de marzo la ciudad, el barrio de la Floresta, se verá sumido en una de las programaciones más polémicas y agitadoras de los últimos años.
El concepto, el faro, el hilo conductor de este festival para mujeres (y hombres) es uno muy sencillo: explorar sin censura cómo las mujeres han ido del llanto a la ruptura.
Explicándolo con cátedra cinematográfica, en los albores del cine, la mujer/actriz fue vista como un objeto decorativo que bien gritaba o lloraba.
Fue precisamente Carl Theodor Dreyer quien en 1928 indaga el alma femenina en películas como ‘La pasión de Juana de Arco’ (La Passion de Jeanne d’Arc).
El llanto bien paga en primeros planos y lo saben directores como Almodóvar (‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’, 1988), Fassbinder (‘Las amargas lágrimas de Petra von Kant’, 1972).
Varios realizadores han rumiado ese universo luctuoso donde la mujer está destinada a la lágrima, como si fuera su atributo matriz.
‘Las horas’, 2002, de Stephen Daldry es un ejemplo de que se puede añadir 80% de lágrimas, tres mujeres y un escritor gay para sacar del horno una historia con sabor a suicidio y a la locura de Virginia Woolf.
4.
Ochoymedio, en su espectacular muestra ’Melodrama, del llanto a la ruptura’, presenta con acierto y agudeza ‘The Long Hot Summer’, 1958, la emblemática película de Martin Ritt que se destaca por dejar en claro que Joanne Woodward llegaba para romper las convenciones del melodrama. Mostrándose más de una vez como una fiera.
En la misma línea, la propuesta nos propone regresar a esa lucha sempiterna entre marido y mujer, entre macho y hembra, en la cinta ‘Un tranvía llamado deseo’.
No me asustan las diferencias de género y sabe bien Dios que aguanté a un esposo borracho durante treinta años. Luego el pobre infeliz murió y yo me quedé con un álbum de recuerdos de cómo él y yo peleábamos por dominar ese barco llamado matrimonio. Más de una vez estuvimos a punto de ahogar nuestro amor, debido a nuestros egoísmos.
Lo que salvó mi matrimonio fue saber que mi esposo (difunto) era el mejor amigo (y amor) que podía encontrar en la tierra; y solo con él podía reír, charlar, comer, escuchar música y cantar, hablar como payasos o ver películas de Meg Ryan, acostados en la cama comiendo postres.
Lo que serenó mi ansia de dominar a mi macho fue la enfermedad.
Cuando él estaba enfermo de diabetes y yo enfermé de reumatismo, ambos nos dimos cuenta que íbamos a morir y dejamos de pelear.
El mejor error de mi vida fue casarme con un latino, un típico celoso que bailaba salsa como un delicioso dios envuelto en llamas.
Ramón y la señorita Kenton (vuestra servidora) vivieron 30 horribles años, 30 sexuales años, 30 machistas y feministas años.
Ahora me da igual lo que viví, Ramón está bajo tierra y se lo comieron los gusanos.
5.
‘Un tranvía llamado deseo’ es la biblia del amor para todos aquellos idiotas que quieran casarse.
Aprendemos con Marlon Brando lo bello que es gritar, suplicar por el perdón de la mujer con el torso desnudo.
Aprendemos con Elia Kazan, el director de la cinta, lo importante de cuidar la salud mental.
Querida mujeres, seamos honestas si ellos son unas bestias, nosotras, a veces, nos ponemos bien extrañas y crueles.
‘Un tranvía llamado deseo’ nos dice algo sencillo, estamos dispuestos a ir al infierno de la convivencia, por ese prurito de ser tomadas en brazos por un hombre con músculos y sudor.
J. M. Coetzee en su novela ‘Desgracia’ retrata bien que nos pasa a los seres humanos: somos animales en busca de sexo/amor y nos va mal.
Pero para matizar, pues no solo de veneno o violencia se alimentan los melodramas, llega a la gran pantalla, ‘Los puentes de Madison County’.
He aquí la joya por excelencia para todas nosotras, mujeres que hemos amado el amor, que hemos leído a Neruda y nos ha parecido cursi. Que hemos amado las pinturas de soledad de Edward Hopper.
Como mujer puedo decir que desde niña quise casarme con un hombre bien hombre.
¿Qué significaba eso?
Alguien parecido a Sinatra, Marlon Brando o a Clint Eastwood.
Ni loca me casaría con Bad Bunny, Harry Styles o con Jimmy Fallon.
Un chico de pelo rapado, collares, camiseta de basquetbolista y pelo pintado, se me acercó en un parque de Queens y me dijo, “Soy no binario. Soy decolonial”.
No le entendí un carajo al cojudo. Y como pensé que me iba a robar le pegué con la cartera y salí corriendo.
Nunca entenderé que me quiso decir, y para que quiso hablar conmigo, una lectora eterna de Javier Marías.
Y tampoco entiendo que ha sucedió con los modelos que hoy gustan las chicas para su hogar, para su noviazgo o para su cama.
Obviamente estoy hablando sandeces pues soy una anciana anticuada y las chicas de hoy se hacen llamar ‘chiques’ y miran a los hombres como insectos.
Por ese motivo, ver ‘Los puentes de Madison County’ a cualquier edad, puede ser una vuelta a la decencia amorosa.
Me explico: mujer apasionada se libera de sus calores de verano y ama tórridamente a un hombre solitario que lo único que le ofrece es la ternura de un abrazo después del orgasmo.
Y además, gracias a ‘Los puentes de Madison County’, aprenderemos que siempre nos casamos con el más aburrido, pero seguro mantenedor.
Y que los hijos tragan en la mesa y nos chupan la vida. Solo eso.
6.
Del llanto a la ruptura.
¿De ser sumisas y lloronas a vernos empoderadas y rebeldes?
Ochoymedio pone la cereza del pastel para esta muestra dedicada a hombres femeninos y mujeres masculinas con el estupendo largometraje llamado ‘Carol’.
Esta película me hizo dudar porque no tuve sexo con mi amiga Bachita Barbosa, aquella amable costurera limeña que tenía un local pequeñito por Conocoto.
Y sí, la vida y el amor no tienen una sola vía. No ‘chiques’.
Y siendo una mujer apasionada, Aries con ascendente Escorpión, quiero fumarme la existencia.
‘Carol’, basada en la novela de Patricia Highsmith (una escritora de verdad), es una prueba de fuego para nuestros corazones.
El amor, queridas chicas inexpertas, les contaré con la sabiduría de mi vejez, no es guerra ni posesión, es apenas un roce, una caricia que quema.
Ahora bien, alcemos las copas de champán seco para celebrar tanto a Mariana Andrade como a nuestras madres, amigas, abuelas.
Que marzo sea un mes para que hombres y mujeres disfrutemos de esa feminidad cósmica que nos hace creadoras de vida, amistad y de armonía con todas las especies que nos rodean.
*La señorita Kenton es una sencilla ama de llaves, muy responsable y trabajadora, que brindó sus buenos oficios en la mansión Darlington, en Inglaterra, hasta cuando cumplió 50 años. Ahora reside en la ciudad de Nueva York y conoció de cerca el barrio La Floresta de Quito, en un invierno muy lejano y un paseo muy breve. Ochoymedio da la bienvenida a su pluma y augura que sus columnas no sean esporádicas y que nos deleite con su buen gusto.

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