Por la señorita Kenton, la nueva ama de llaves*
Dedicado a Karla Sofía Gascón, mujer perseguida por otras mujeres (y otros hombres).
1.
Me dijo mi amiga Gianina que iba a festejar el 8M viendo una maratón de ‘Sex and the City’, y leyendo al hombre que más sabe de las mujeres: Ernest Hemingway.
“Bruta, ignorante”, le dije, y nos reímos juntas.
Más allá que Cynthia Nixon es mi actriz favorita de la serie, y que he decidido ya no pintarme las canas, vislumbro que nosotras las mujeres crecemos con dos terrores: terror a que nos hagan daño cualquier imbécil, y terror a que nos obliguen a ser sumisas con cuchillos en el corazón.
Hace meses que no puedo dormir bien, debo viajar a Ecuador a resolver unos papeles de mi divorcio con un cuencano celoso que daba clases de ‘Discurso y ortografía en la era de los más cojudos’; lo hacía sin pudor al ridículo en un Instituto que cada mes se inventaba unas charlas bien pendejas.
Dicho Instituto funcionaba en los altos de un chifa que se había quemado por la explosión de unos cilindros de gas, pero esa es otra historia…

2.
Hay momentos en que los recuerdos se vuelven tan dolorosos como una espina en el sostén, cerquita del corazón. Y Ecuador me duele, en el amor y en esa guerra que viven, casa adentro.
Si no fuera por la famosa y polémica carta fílmica que finalmente ha recibido el colono ‘tibio y egoísta’ Jaques Audiard, la vida para mí sería más monótona.
La misiva a la que me refiero tiene ‘charm’ y deja claro que Karla Sofía Gascón, mujer perseguida por otras mujeres, es otra Juana de Arco (Arcos) que la chusma digital de redes sociales quiere quemar, por tan solo pensar en voz alta.
Fui a dar a esta ‘carta fílmica’ gracias a Karla Lazo, actriz mexicana que es parte de la película ‘Emilia Pérez’. La conocí en Cannes en la estación del tren, cuando regresaba a París.
Boca carnosa y roja, pelo de cuervo místico y mirada azteca de una mujer que no anda con huevadas ni con huevones.
Hermosa mujer, que si yo fuera hombre, le dedicaría unas cien canciones de Luis Miguel.
@karlalazoartist comenta: “Me quede sin palabras”.
Había comentado en YouTube.
¿Ya la leyeron?
Aquí les dejo el enlace de la famosa carta fílmica al francés Jaques Audiard, alguien que escondió la cabeza como un avestruz, y hundió a ‘Emilia Pérez’ en el escarnio.

3.
He dicho que pisé Ecuador para hacer un trámite de mi divorcio. Y mientras anduve de ventanilla en ventanilla, escuche esa espantosa canción de Arjona (Mujeres) y vi desfilar rosas para las funcionarias que nos tenían esperando y esperando.
“Festeje compañerita”, decía uno.
“Primero una rosa, después una fritada”, decía otro.
“Póngase para la foto señora Ministra”, comentaba un zalamero.
No me quedó más remedio que levantar los hombros y me puse a leer Kafka, muy a tono con el país, perdido y gastado en el tiempo.
Volver a Ecuador me ha hecho sentir que aquí el tiempo corre con discreción. Hay una modorra que cubre la vida.
Una de las películas que me ha hecho comprender que el tiempo de las mujeres está marcado por la ansiedad es ‘Las horas’. Una escena que me ronda la memoria es aquella cuando Laura Brown (Julianne Moore) decide no ser mamá, luego de dar a luz. Esa decisión es el meollo subversivo de una película que explora ‘El universo perdido de lo femenino’.
Yo también soy madre, no sé dónde anda mi hijo de treinta años, pero infinidad de veces he querido renunciar a todo, y la maternidad se me ha antojado otro karma de Animal Planet.
Lo siento, amigas, cuando era colegiala no quería ser mujer y prefería aislarme oyendo canciones de Madonna o por último, me repetía una vez más ‘La dama de Shangai’, de Orson Welles, esa película que nos dice exactamente quién es una mujer y quién es un hombre estúpidamente enamorado.
Con el paso del tiempo, fui aceptando mis tetas separadas y pequeñas, y las prerrogativas de ser una dama deseada. Cientos de invitaciones. Hombres con bigote o sin él. Hombres ricos o artistas. Y lo más importante: payasos que me divertían en la cama con sus maromas.
Un hombre sin barba y sin buen humor no es un hombre. Eso escribiré en mi lápida.
Una mujer se descubre más mujer, cuando cruza los cincuenta y ya no quiere amar. Solo mueve los hilos para que un títere baile y le diga: “hoy es el 8M, congratulaciones”.
Vaya, vaya: el cosmos tiene todo tipo de especímenes y no por ser mujer debo soportar escuchar Arjona o recibir una rosa roja.
Tampoco me siento identificada con Lady Di ni con cualquier religiosa que haga ayuno en África.
Para que yo admire a una mujer debe tener algo muy simple: cero miedo a la soledad.
Ahora se me antoja comprarme un gloss de naranja, tengo los labios resecos. Y en el 8M quiero lucir radiante antes de disparar mis opiniones, que siempre son un bombazo anarco-cursi-nihilista para las mentes amargas y herméticas. Recuerden queridas que un divorcio no debe ponernos ni la cara de limón ni el alma de una fascista canceladora.
Tampoco les recomiendo cortarse o pintarse el pelo cada vez que un hombre descubre que tienen problemas con su Complejo de Electra.
Un divorcio se goza muchachas, ¡Olé!
Y solo las poderosas sobreviven a la soledad, el resto agarra lo que puede, ‘un resolvedor de pacotilla’.

4.
“Hay mucha gente que se está yendo de Ecuador”, me dijo una mujer joven con un niño en brazos, en el aeropuerto de Tababela, cuando aterricé en Ecuador, hace unas semanas.
“¿Tú eres de Estados Unidos?”, me preguntó ella.
“No. Yo soy inglesa”, respondí. “Amo Ecuador y vine a resolver un divorcio”.
La chica se quedó viendo mi blusa sin sostén, mis pechos redondos y noté que se sonrojó
Luego de media hora, estaba en una furgoneta que olía a marihuana, camino hacia la Floresta, donde había rentado una casa con patio delantero, con un bello arupo y una banca de bronce.
Mi primera impresión al volver a Ecuador fue: vacas, árboles, potreros, gallinas, casas de teja que se caen, un raterillo que corre por ahí, un oficial chupando un helado, un grupo de mujeres sin pizca de alegría, gente comiendo mientras suena en el televisor un partido de fútbol, perros abandonados en las calles, ancianos pidiendo caridad en las esquinas, hombres con panza de pan de dulce, buses envueltos en humo, periodistas que disparan mucho veneno y poco análisis, poco amor por la lectura, exagerada preminencia de las redes sociales, burócratas poco eficientes con migajas de pan en las solapas del terno, cientos de ventanillas con cientos de caras desdeñosas, miles de papeles y ‘fotocopias’ para zanjar un bendito trámite, una larga fila de espera para hallar el futuro, 40 personas acribilladas en solo día según las noticias…
En buena hora cargo ansiolíticos en la cartera.
5.
La Floresta, barrio donde he decidido pasar hasta después de las elecciones, me resulta agradable, a pesar de no poder caminar con mis tacones por las aceras destruidas.
Volver a ella, a este barrio florido, es volver a mi infancia cuando era una niña que leía Thomas Mann, de quien Ochoymedio proyecta este mes su libro hecho película: ‘La muerte en Venecia’.
Me quedo viendo la cartelera de Ochoymedio, sonrío. Este mes pasaré en la sala de cine. No quiero salir a la superficie.
“Hemos perdido el país”, dice un caballero calvo que lee un libro de Judith Summers, en una cafetería donde venden quimbolitos con café en leche.
Ecuador es un país que se está yendo a cada instante, desaparece, se esfuma y tiene poquísimos intelectuales y artistas, y de ellos, una minoría despierta mi interés, como el maestro Juan Esteban Cordero, cuya música la escuchábamos en los círculos de arte de Londres, completamente conmovidos y agradecidos.
Los demás, los escritores, intelectuales o artistas que reciben fondos públicos, los que son asalariados del Estado o los que están en el desempleo, no les escucho decir nada.
6.
El cuerpo de Gene Hackman aparece sin vida junto a su perro y a su esposa. El planeta va directo a un futuro incierto. Se avecina un meteorito. El enajenado Elon Musk prende una motosierra en el ciberespacio. Un chico universitario cae por accidente en la presidencia. Los complejos sociales deciden los votos en las urnas. Otro sicario más sube a su motocicleta y arranca con el revólver en el bolsillo de su pantaloneta. Al norte, muy al norte, Trump humilla a un hombre débil y tiene pesadillas con China; al Sur, Milei proyecta todas sus heridas de infancia cuando hace uso de la palabra.
Y yo lo único que quiero es comprar una buganvilla en Nayón y llevármela a Nueva York… no sé cómo.
Heme aquí, una mujer que ya lo ha visto todo, acostada en una hamaca mirando desde el segundo piso de esta casa en la Floresta, a lo lejos, la virgen del Panecillo, sus alas de aluminio envuelta en smog y humo de tripa mishki.
Recuerdo esa feminidad sublime de Tadzio, ese ángel virginal que se mueve por la playa de Venecia con un traje de baño apretado.
El deseo no tiene códigos y la feminidad, tan poderosa energía de seducción, viene cargada de dudas.
Cuando estaba casada, siempre pensé que mi cuerpo podía reclamar otro universo sensorial y muchos otros hombres que lo agiten.
Mi feminidad no distingue roles y no entiendo a dónde va. Solo sé que es una partitura sensible. No suave ni delicada. Todo lo contrario.
Soy femenina como un jaguar que despierta a desayunar.
Y soy tan femenina como la tierra que piso con mis pies desnudos.
Femenina para parir y acunar, para abrazar y construir con el otro femenino llamado hombre.
Femenina para ser el misterio del deseo y también la rudeza de la indiferencia o la crueldad cuando ya no amo.
Pero como van las cosas, no podemos dejar de llorar al ver esa poderosa feminidad de Mr. Stevens (Anthony Hopkins), el mayordomo principal de la mansión Darlington Hall.
¡Oh, si no lo conoceré! Fue mi amor y mi pesada cadena de silencios.
Yo, Miss Kenton, la nueva ama de llaves, pude ver como un hombre se derrumba ante el amor como una suave paloma sin alas.
‘Lo que queda del día’ (The Remains of the Day) es una batalla de emociones. Coproducción británica y estadounidense de 1993, dirigida por James Ivory.
Película sobre cómo un hombre femenino se esconde y una mujer masculina (Yo, La señorita Kenton), arremete y quiere cazar.
7.
Trabar muchas relaciones humanas, a la postre puede dejar una cantidad de cicatrices que no sanan.
Hoy está de moda el término PAS, para definir a aquellas personas altamente sensibles.
Sin duda yo puedo ser PAZ, pero en mi caso sería: “Persona altamente zonza”.
He dado mi corazón por aquí y por allá. He entregado mi cuerpo a quién lo ha pedido.
Hombres salvajes me han besado los pies y mis uñas de color frambuesa, hombres precoces me han pedido matrimonio cientos de veces.
Y cuando supuestamente me han conquistado, son ellos, los primeros en demostrar cuan femenino es esa energía a la que llamamos amor.
Y siempre me digo lo mismo: el universo femenino no es potestad solo de las mujeres.
Es, precisamente, ese aliento de vida, ese Eros, ese Élan Vital, que Francesca (Meryl Streep) experimenta al conocer a Robert Kincaid (Clint Eastwood), un fotógrafo naturalista que le hace el amor mientras su esposo (un ex-militar gordo y aburrido) se ha marchado de la casa.
‘Los puentes de Madison’ me la volvería a ver unas diez veces más.
Todos mis amantes estaban obligados a verla. Para mí, un hombre que no haya visto esta película se quedará por siempre como un pequeño hombre de cartón, inseguro, narcisista, vanidoso, tartamudo o misógino.
Me consta que los hombres que ven ‘Los puentes de madison’ comprenden que una esposa que se descuida (y no se mima) puede ser un demonio atrapada en un caluroso vestido.
De vuelta en Ecuador por unos días, me conmueve ver la desolación de una pantanosa llanura que parece sin futuro, sin salud ni seguridad, sin buen cine local ni moneda propia.
¿Alguien quiere llevar arte, educación, salud o trabajo digno a Esmeraldas o Socio Vivienda?
Pero también, en este femenino y fémino mes, me lleva a preguntarme si me he pasado la vida asumiendo un rol que me hizo ser al mismo tiempo padre, madre, esposa y gerente.
Quizá ese es el secreto de la feminidad, lo somos todo, porque nos da la gana.
*La señorita Kenton es una sencilla ama de llaves, muy responsable y trabajadora, que brindó sus buenos oficios en la mansión Darlington, en Inglaterra, hasta cuando cumplió 50 años. Ahora reside en la ciudad de Nueva York y conoció de cerca el barrio La Floresta de Quito, en un invierno muy lejano y un paseo muy breve. Ochoymedio da la bienvenida a su pluma y augura que sus columnas no sean esporádicas y que nos deleite con su buen gusto.

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