Por Mariana Andrade
No soy ni he sido anticorreísta. Voté por Rafael Correa y he apoyado todas sus consultas y referéndums. Lo he dicho públicamente y por eso algunos me han tildado de “oficialista”. Creo que para serlo, solo hay que admitirlo, defenderlo y desmitificar el prejuicio de serlo, pero no lo soy. Tengo claro que ser correísta, no es igual que ser simpatizante de Alianza País. Intento, eso sí, tener una posición, fuera de las histerias colectivas o de la polarización a las que nos tienen acostumbrados. Critico, pero también apoyo. Cuestiono pero a la vez aporto. Creo que tengo el derecho de hacerlo y no tengo miedo…todavía.
Desde el inicio de este gobierno entendí claramente que Rafael Correa recibía un país que debía ser reconstruido. Habíamos “tumbado” varios presidentes (en el lapso de una década tuvimos siete), por lo que hacerse cargo de un país con cero credibilidad en el Estado y en las instituciones públicas, donde valores y derechos habían sido estropeados y manoseados por todos los políticos, no era tarea fácil para nadie. Había que apoyar el proceso y eso hice.
Al inicio de su gobierno, el presidente electo se rodeó de excelentes profesionales, académicos e intelectuales. Era la primera vez que había tantos amigos, colegas y conocidos dentro de las filas del poder. En las décadas pasadas, nosotros (los del sector cultural) no teníamos amigos en el poder. Eran seres distantes, diferentes, representantes de la derecha, centro derecha, centro izquierda, demócratas cristianos y demás, y era casi una vergüenza decir que uno los conocía. Además vivíamos en la creencia de que cualquiera de nosotros podía hacer las cosas mejor que los que estaban en el poder, si tan solo podíamos estar ahí, arriba, donde se cuecen las habas. Con muchos de estos colegas que ahora ocupan cargos de importancia, había compartido un vino, un café, un concierto, una película. Sabía que las cosas iban a ser difíciles, pero pensé que ahí estaríamos todos, apostando por reconstruir este país, arrimando el hombro y tratando de que la situación mejorara para todos, sobre todo en cultura.
Con el pasar de los años, las cosas fueron cambiando. Algunos de estos colegas y conocidos fueron absorbidos poco a poco por la maquinaria descomunal de la administración pública, por las fobias y por la agenda política a la que se debían. Ellos –no todos, claro, porque hay que reconocer que muchos se han quedado y son buenos funcionarios- dejaron de hablar con nosotros, dejaron de sonreír, dejaron de escuchar. De pronto, los vi transformarse en gente que ya no reconocía. Se pusieron un traje extraño y empezaron a calcular cada palabra, cada acción, cada decisión que tomaban, cada gesto que sus manos o sus ojos transmitían. Los vi tener miedo. Empecé a sorprenderme con su silencio y con su calculado manual de procedimientos en la gestión pública. Algunos, incluso, se movían acompañados siempre por abogados que permanecían incólumes a su lado, midiendo cada uno de sus actos y evaluando cada una de sus sumillas, cargados de sus propias y engrosadas agendas. Se volvieron de pronto sordos, ciegos y mudos frente a sus compañeros de batallas anteriores. Empecé a verlos como los nuevos Frankensteins de la política, o como Ladies Macbeth que hacían todo en función de su deseo de poder y ascenso. A otros, el gobierno simplemente los descartó sin previo aviso, desconociendo la validez de su perfil profesional y humano, sus aportes y el trabajo incondicional que realizaban para que las políticas del gobierno del que eran parte, pudieran beneficiar a todos. Sus puestos fueron ocupados luego por cuotas políticas pendientes.
Otros colegas y conocidos ahora son los más temidos. Están en un espacio de poder desde el que pueden hacer todo lo que quieran. Algunos más han desaparecido, no sé dónde están, si han salido o se han quedado en el gobierno, pero su voz ya no se escucha. Y hay quienes, y esto es lo peor, guardan un silencio cómplice, ante las barbaridades que están sucediendo ahora, como las calumnias –basadas, además, en un parte policial mentiroso- contra Jaime Guevara, de quien seguramente mucho más de uno fue su amigo o compañero de lucha. O ante el anuncio de la futura explotación del Yasuní, bajo el argumento de que con esto saldremos de la pobreza. Claro, sin petróleo no hay Revolución Ciudadana y volvemos de nuevo a la matriz productiva sostenida por el oro negro. Ex ecologistas que no dicen nada sobre este anuncio, y de quienes esperaba una voz disidente, en concordancia con su militancia del pasado.
Ahora vivimos como en una guerra absurda. O estás con ellos o estás en contra. De pronto, el día menos pensado, nos ubican en el bando de la oposición por haber cuestionado algo que creíamos oportuno….”le haces el juego a la derecha”, “eres una pequeña burguesa encerrada en tu propio mundo», o «eres ingenua, el poder hay que ejercerlo», nos dicen cada vez que opinamos sobre algo. Se burlan de nuestra inteligencia al asociarnos con una derecha recalcitrante y desestabilizadora de la cual jamás seremos parte. Y esta absurda guerra entre colegas y conocidos, me hace verles a casi todos iguales, mismo traje, mismo discurso, mismas poses (en el caso de las mujeres, muchas se me parecen ya a la Ivonne Baki, con una sonrisa falsa y con una careta que incluye hasta lágrimas).
Por eso, a ellos, ahora más que nunca les quiero recordar las palabras de Manuel Castells, sociólogo español, estudioso del comportamiento y de los movimientos urbanos contemporáneos, que dice que los gestores, los artistas, los intelectuales… no debemos buscar el poder como un fin porque eso seguro nos distorsionará. Lo que debemos hacer, si ya estamos dentro de estas esferas, es tratar de boicotearlo para hacer las cosas diferentes. Hace pocos años mis amigos, colegas y conocidos, hubieran estado de acuerdo con esto. Ahora obviamente ya no.
Por todo esto ahora siento más que nunca que debemos articular un discurso crítico, proponer un proyecto sin pretensiones partidistas, un proyecto de exigencias, de vigilancia de lo que estamos viviendo, de aportes creativos para salir adelante. No quiero que el silencio o el miedo nos ganen.
La Revolución Ciudadana me ha quitado amigos (término que ahora me veo obligada a redefinir), colegas y conocidos que simplemente no son más, y aunque luego de algún tiempo me los devuelva con una sonrisa impostada, quizás no pueda tomarme nuevamente un café, ni ver una película con ellos, porque veré en sus ojos la complicidad de su silencio.
(M.A., sep 2013)