Por Federico Koelle
Balance de las películas ecuatorianas del último año, que ha sido de descubrimientos, y donde el Ecuador ha fortalecido su filmografía.
Pensar que el cine ecuatoriano puede estar desprendido de algún modelo de desarrollo, producción y constitución de su cinematografía, sería ingenuo. Es por esto que toda producción audiovisual realizada en Ecuador es de gran importancia para fortalecer su filmología.
El 2010 es un año particular no tanto por sus descubrimientos alcanzados, sino porque es hasta este año donde se ha logrado acumular una cantidad de estudios, experiencias, saberes, teorías, distribuidas entre y aceptadas por la colectividad audiovisual, permitiendo identificar tendencias, modelos y géneros; ubicarlos en relación con otros modelos y trazar el lugar evolutivo del cine ecuatoriano en el marco discursivo y formal. Se encuentran, entonces, novedades y extensiones de un modelo aún primitivo.
Ficciones
No se puede negar que Simón el gran varón de Bárbara Morán tiene reminiscencias de un Edwin Porter que hace de las huasadas de la Marquesina unos prolongados planos como si de Sheriffs bailando se tratara, que no mide los raccords del plano-contraplano ni calcula el valor estético y referencial de los escenarios que asume cualquier calle del centro guayaquileño como alguna de la Yoni.
Si Porter es para Bárbara Morán, a Ellio Pélaez le toca asumir al depurado Griffith, que ha demostrado con su persistente trayectoria una evolución en el manejo de las herramientas narrativas consiguiendo con El eco de una mentira el nacimiento de una noción de progreso respecto al cine bajo tierra.
No es atrevido afirmar que Intersección, su último trabajo, es una apuesta a la fragmentación cronológica del relato y juegos de montaje que superan la linealidad comercial y los tiempos muertos de Zuquillo Exprés, evidentes al inicio de algunos diálogos, volviendo extraña la comunicación entre estas mercaderas que no hacen más que encomendarse a dios, dormir, comer, y ver puro follaje, en un devenir de secuencias de acciones distendidas que resultan en una pobreza discursiva: cincuenta minutos de carretera sin evolución.
Prometeo deportado de Fernando Mieles ilumina de manera distinta la visión respecto al cine ecuatoriano. Por un lado supera con creces las películas mencionadas, siendo además la más laureada del 2010, reivindicando la visión que se tenía sobre la comedia hacia una propuesta inteligente, reivindicando el cine desde Guayaquil después de haber sido dejado en retazos, convirtiéndose en el filme bisagra, como bautizó Jorge Luis Serrano, que sucede cada diez años y que se caracteriza por su numeroso público y su aporte inspirador en las cinematografías futuras. Un Prometeo a través del cual se ve una madurez de discurso que se apoya en los recursos de referentes mayores (Kusturica, Fellini, Scola, Meirelles) ajenos a los modelos de representación hollywoodenses, sin enemistarse con la audiencia ni con los círculos intelectuales.
Esta reivindicación del cine, en tanto manejo de herramientas, es también evidente en los formatos de menor duración. Ana Cristina Barragán, en su corto Despierta, nos muestra las dolencias premenstruales de una niña, sutilizadas por un manejo de encuadre y cromática que remite a los tratamientos que Lynne Ramsay, buena composición y niños, aplica en sus trabajos. Su segundo corto, Domingo Violeta, cambia las directrices oníricas y distendidas del primero para proponer un mundo extrañado, de huellas, que se desdobla en un bosque abandonado, y cuyo conflicto es difuso e incierto. Propuesta distinta ofrece Joe Houlbec al lograr construir un mundo cortazareano de lugares que parece distribuir sus calles como cuadros en un juego de rubick y personajes cómicos dotados de particularidades extrahumanas que les permiten potencializar sus características. En Beueu se apuesta por lo fantástico; no da explicaciones pero nos permite creer en lo que vemos, aun cuando el lenguaje con el que experimenta en sus personajes sean los sonidos instrumentales.
Documentales
Es quizá en el 2010 donde el documental ecuatoriano confirma un nuevo acercamiento que dista de esa persecución enfermiza por una identidad nacional o de acusaciones beligerantes contra posibles culpables. La redención de los documentalistas no está en la búsqueda de verdad; su preocupación es el proceso, el diálogo.
Así lo demuestra Juan Martín Cueva con Frontera sin norte, donde busca de la gente las causas posibles de la migración de colombianos a los pueblos ecuatorianos aledaños a las fronteras y cómo sus asentamientos han condicionado el modo de vida de esas comunidades. A través del mismo diálogo, sin condiciones geopolíticas, se expone la necesidad de resolver los problemas en una cultura de paz. Este documento ofrece una aproximación distinta para con esas comunidades periféricas donde no se las viste con el atuendo victimario de un sastre intelectual. Aun cuando una mujer indígena lloré la muerte de Bosco Wisum, no es el trágico abandono lo que se quiere ver de ella. Julián Larrea desfigura el clásico discurso sobre el indígena para mostrarnos la determinación de un pueblo de más de quinientas comunidades que es consciente de lo que defiende y por qué lo defiende, que, como muestra en Numtaketji, tienen una gran capacidad de organización y una iniciativa de diálogo y preservación cultural. No acusa al silencio de los medios o entidades políticas por marginar esas voces, pero ciertamente estos filmes nos inscriben una necesidad de no olvidar y de reconocer y dejar reconocer esas voces. Bajo esta misma causa, David Rubio nos dió a conocer que la población argentina estaba conformada, en una tercera parte, por la raza negra y que a pesar de todo su aporte cultural, desde la música hasta el lenguaje, fueron callados y desconocidos, así como los habitantes de Defensa 1464 que tuvieron que abandonar su casa y sus proyectos por falta de oídos.
La reivindicación documental se encuentra también en la preocupación del autor por aspectos estéticos y narrativos, lo que hace, a su vez, que estos resultados se inscriban en subgéneros del documental como lo sería Five Ways to Dario, un documental narcicinema que, como “Tarnation” de Caouette o los trabajos de McElwee, el autor y protagonista transita con la misión personal de recopilar información que le ayude a explorar su yo. Destaca un atento trabajo de línea gráfica que acompaña al efecto stopmotion que anima el inicio del filme y que sirve también como separador de historias. A diferencia de los trabajos mencionados, Aguirre subraya continuamente el recurso del viaje para que no olvidemos del eje de su trabajo, haciendo de este docudrama un discurso que se acerca al del road movie dejando incierta su evolución. Bajo estos lineamientos de cuidado narrativo y estético se halla Mejor que antes, trabajo inquietante por su armado que se presenta frente a un espectador como rompecabezas cuya linealidad no se encuentra en la forma de las piezas sino en el profundo sentido de cada una de las secuencias. La presencia inicial de un director que quiere un tipo de música para su toma, apunta al deseo como un camino común por el que todos transitarán: la pareja evangélica, el idealista, la empleada doméstica; todos estos deseos de los hijos de un deseo mayor llamado Eloy Alfaro. La reconstrucción de un deseo, o más bien, el intento por reconstruir al revelarse los dramatizados con efecto vintage del general. No pasan por alto los híper-zoom de las gotas de agua que llevan hasta la imagen hasta la abstracción, como juega Antonioni en Blow-up o como lo hacía Renoir en sus cortos silente y que fueron recurso de la escuela francesa de montaje, el recurso del agua para hundirse en el sueño.
Continuará
Hacer una revisión al pasado no es sólo una tarea de nemotecnia numérica, nombres estelares y patrimonio. Un Odiseo que evaluase la trascendencia de su viaje desde la afectividad, hubiese sido retenido por Circe. Propp y Campbell aportan a la idea de una revisión que retoma los caminos recorridos y los espectadores en su conjunto. Hacer una revisión al pasado es poder distinguir, medir, evaluar, comprender, los procesos en un presente y proyectarlos en un futuro. Verborrear estas obviedades no tiene por intención descubrir aguas, pero sí busca refrescar la mente de los espectadores, la de aquellos pretendidos, que se olvidan de la posible presencia de los modelos de representación y de la importancia de cada uno de los componentes que lo conforman, y que es imprescindible para medir nuestra evolución cinematográfica.
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