Por Galo Alfredo Torres
Casi cuatrocientas películas en su grilla: el festival de cine independiente de Buenos Aires tiene su marca de origen con un cine de independencia y reflexión. El crítico y poeta ecuatoriano Galo Alfredo Torres hace un balance de la cita.
La antigua aflicción goetheana de que “abundante es el arte y corta la vida” extrapolada a la experiencia de un festival de cine se reformularía   en el axioma de que “mucho más es lo que se deja que lo que se trae”. Me queda el regusto de haber acompañado por cuarta oportunidad, un festival que se levanta ya como un faro cinematográfico para el sub-continente. El 10º Bafici, el festival de cine independiente de Buenos Aires, en Argentina, fiel a sus presupuestos, estructuró una grilla de casi cuatrocientas películas, todas perfiladas por su marca de origen: independencia, artesanado, experimentación, reflexión y crítica; principios que en la pantalla se expresaron en un dilatado espectro de propuestas que variaron entre insospechadas dislocaciones del género hasta las más insólitas estilizaciones. He aquí una crónica en cápsulas.
A de Abasto, sede principal del Bafici, que viste, calza y perfuma como cualquier otro mall, pero que cede diez de sus salas para el festival. Las proyecciones, empezadas a las 10:30, iban más allá de las 24. Un cinéfilo contumaz podía alcanzar hasta siete películas por día, pero apenas fumando medio cigarrillo entre funciones y comiendo de urgencia “panchos” de dos pesos.
B de Bafici, el décimo y bien acelerado hacia el futuro: del 8 al 20 de abril, siete locaciones, un catálogo de 470 páginas, y un programa en el que conviven creativamente mezclados ficción, documental, animación, experimental, musical y género.
C de Calle Santa Fe, documental de la chilena Carmen Castillo, en el que la cineasta recuenta la incursión militar pinochetista —octubre 5 del 74— a su casa y el asesinato de Miguel Enríquez, su esposo, secretario general del MIR. Un filme a favor de la sonada tesis de que el cine documental le va tomando la delantera a la ficción, sobre todo en Chile. La luz de Patricio Guzmán alumbra desde el púlpito. Y otra C, de Corazón de fábrica, argentina. ¿Qué ocurre cuando los obreros de una fábrica, por encima de accionistas y burocracia laboral, toman el control de la misma? La utopía del trabajo sin patrón en el corazón del capitalismo provoca un choque de lógicas difícil de manejar.
D de digital, que junto a la cinta magnética, en este festival adquirieron definitiva carta de ciudadanía. En diferentes versiones de filmación y proyección (HD, Digibeta, Betacam) el público asimila en las salas aquellas imágenes que se han negado al celuloide. Algo más de la mitad de lo programado nos dice que estamos en el centro de la revolución digital.
E de Ecuador, que no apareció en cartelera, ausente desde el 2006, año que El Comité se erigió como el único aporte que le hemos puesto a esta enorme catedral. Pero la alegría fue editorial: en el grueso volumen “Hacer cine, producción audiovisual en América Latina” (Argentina, Paidós, 2008), compilación de ensayos a cargo de Eduardo Russo, aparece el texto de Jorge Luis Serrano, “Una cierta tendencia del cine ecuatoriano”. Para celebrar, pues comparte créditos junto a David Oubiña y Jorge Ruffinelli. Salud.
F de Finn, Jim, norteamericano del que atrapé dos (falsos) documentales y una ¿ficción? sobre lo delirantes e hilarantes que fueron ciertas versiones del marxismo y el socialismo real: Interkosmos o el simpático proyecto de Alemania comunista de enviar a una nave espacial a ¡Ganímedes!; The Juche Idea o de cómo el cine de Corea del Norte no es sino un culebrón de “cartas de amor al partido”; y La Trinchera Luminosa del Presidente Gonzalo, ficción de humor negro sobre los métodos de educación del senderismo peruano basado en la memorización de dogmas. Este digno nieto del Chaplin de El dictador arma sus documentales como un musical: con bailes y canciones que son parodias de los himnos y marchas a los que es tan adepta la izquierda. Bravo por el alma satírica de un cineasta, que, paradójicamente, se reclama de izquierda.
G de Godard, por supuesto, que lo vi y escuché en Morceaux de conversations avec Jean-Luc Godard de Alain Fleischer. Mientras prepara una mega-expo para el Pompidou, Godard sentencia y profetiza sobre películas, pero recurre a la historia, la literatura, la pintura y, cómo no, a la filosofía, para desembocar en el cine, sin jamás apagar su grueso puro. Y otra G, de Jorge Luis Guerín, cuya magna ficción En la ciudad de Sylvia es lo mejor de lo visto: estado de gracia del retrato interior, el paisaje urbano y la heterodoxia narrativa.
H de Hold Me Tight, Let Me Go, británica, y de How Ohio Pulled It Off, norteamericana. La primera cuenta el día a día de un colegio subsidiario de Oxford, especializado en la reeducación de auténticos enfants terribles, niños con severos traumas emocionales que se manifiestan en extremas cotas de violencia; un especie de niñera experta, pero sin espectáculo ni drama impostado. La segunda, una prueba más de que en la cuna de la democracia, su punto neurálgico, el proceso de votación, es perfectamente manipulable, y más aún cuando se trató de favorecer a Bush, vía adulteración del elogiado “voto electrónico”.
I de Iván Pinto, porque es nuestro deber y salvación homenajear a los amigos. Director del sitio web La fuga, este crítico chileno fungió de jurado en la sección Cine del Futuro del 10º Bafici. Grato encuentro, cortesía del entrañable Patricio Burbano. Animada plática cinéfila, unas sabrosas Quilmes morena y un éxtasis tanguero en lo de Roberto.
J de Japón, y por extensión geopolítica Corea del Sur, Filipinas, Hong Kong, Malasia, Tailandia y Taiwán: mientras Latinoamérica estrena una película, el cine oriental estrena veinte, y todas maravillosamente torturadas.
K de Karmakar, Romuald, autor mayor del cine alemán contemporáneo, que con cámara en mano en Land of Annihilation regresa al pasado nazi y al holocausto judío para mostrarnos los campos y cementerios del exterminio, hoy devenidos silenciosos pero amplificados depósitos de memoria y significados para el presente. Y de Klotz, Nicolás, que con La Blessure y La Question Humaine imparte una lección de cómo aplicar los ácidos de la crítica sin perder la compostura, y de cómo cinematografiar el pathos de la migración y el stress empresarial sin sucumbir a las sirenas del patetismo.
L de Librerías, de las más de veinte sólo en Corrientes, en las que se puede conseguir ediciones viejas y nuevas de todo título imaginable por 3 o 5 dólares. Claro que Deleuze o Musil pueden trepar hasta los 50.
M de Ministerio de Cultura, el Gobierno de Bs. As y el Bafici, que además de cine han editado cuatro libros: “Algunos paseos por la ciudad de Sylvia”, “El ángel y el autómata”, “El plano justo” y “Cine argentino 99/08”. Costo: 16 dólares.
O de OCHOYMEDIO, porque una credencial de periodista abre espacios y alivia el presupuesto con cinco boletos para ir colmando la ración diaria.
P de películas fuera de la sala. Unas cifras: el pack dvd, con cuatro películas de Leonardo Favio, 16 dólares; Los rubios de Albertina Carri, 8.
R de rarezas, o de propuestas radicales como Luego, ficción de la competencia argentina, de Carola Gliksberg: extraña por lo minimal en todo: escenografía, diálogos y situaciones; realismo cotidiano puro que muestra poco pero significa mucho.
S de Smith, Harry, integrante de la mítica troupe del cine under que giró en torno a la Generación Beat. The Magic Feature es una incesante animación que conjuga todo lo que puede tener sentido o no.
T de Two Mothers, del legendario Rosa von Praunheim, filme en el que el cineasta decide buscar a su madre biológica: mas, en el desarrollo de la investigación, va develando las zonas oscuras del pasado nazi alemán. Esta es la otra película por la que yo votaría.
V de Val Lewton: el hombre en la sombras, de Kent Jones, narrado por Scorsese; de la sección “Rescates”, donde justamente se reparan las joyas ignoradas por la historia. Lewton resultó un productor-autor que se pasó produciendo terror de clase B a bajísimo presupuesto, y precisamente allí impulsó películas signadas por lo que se llamaría un estilo. Produjo La marca de la pantera de Tourneur.
W de Wim Wenders’ Early Years de Marcel Wen, donde el maestro alemán regresa al anecdotario de juventud en el que se gestó como cineasta.
Y en lugar de X, Y y Z, dos W más: The War, única ficción que alcancé de Aleksei Balabanov, el Lynch ruso, que aborda el conflicto ruso-checheno sin espíritu de patria pero con elevada dosis de crueldad surrealista.
Y de Wang Ming, documentalista chino que en Fengming, memorias chinas, en un solo plano secuencia de 184´ captura el testimonio de la escritora disidente He Fengming, en el marco de la persecución contra derechistas iniciada por Mao en el 57. El largo testimonio, con su carga emotiva y su descarga de sentidos, nos remite a los ya casi extintos dones del relato oral, de la lectura y su gestualidad reinventados por la cámara.

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