Por Eddy Fuertes
En la actualidad la sociedad habla comúnmente del poder de la imagen y  se hace hincapié en su calidad.  Sin embargo, ¿Qué ha sucedido con la autenticidad de la misma? ¿Cuál es la importancia de la veracidad de la imagen, en una sociedad donde todo termina siendo televisado? ¿Cómo sería el mundo actual sin imágenes? ¿Cómo transformar lo visible en inteligible?
The Propaganda Game abre un sin número de inquietudes y de forma gradual deja descubrir el poder político de la imagen. Alvaro Longoria nos entrega un collage adredista de cortes sobrepuestos entre diálogos desvinculados, lo cual paradójicamente logra una lógica propia.
El documental se desarrolla en un estudio gigantesco llamado Corea del Norte, las locaciones seleccionadas son: Pyongyang,  la zona desmilitarizada de la frontera que divide las dos Coreas,  una finca cooperativa que representa a todo el campo, entre otras ficciones. Observadores obligatorios de gobierno y Alejandro Cao De Benós, un español enamorado de Corea del Norte dirigen la producción.
Fuera de hablar de un conformismo del director al filmar su documental en medio de lo que sería un recorrido turístico proselitista, es evidente el conflicto entre las imágenes expuestas y lo que la propaganda habitual quiere mostrar de Corea del Norte. El director se preocupa por el papel de la televisión en la vida cultural y política, muestra como el juego de imágenes ha transformado el contexto, expone noticieros que transmiten opiniones desinformadas e información que no construye conocimiento.
El documental expone los mecanismos visibles e invisibles de manipulación y censura que determinan lo que aparece en la pantalla dentro y fuera de Corea del Norte. La película se desarrolla de forma inteligente,  con el uso de imágenes propagandísticas revela una sociedad teledirigida. Dicha sociedad no solo está conformada  por  la población intrigante de Corea del Norte, sino también, por todos quienes nos hemos convertido en sus espectadores.
Alvaro Longoria muestra un mundo en primeros planos, algunas caras, un grupo, una calle, una casa, es decir conglomerados humanos mínimos, los que sean necesarios para proyectar al espectador “el” mensaje. Como si esto fuera poco, The Propaganda Game expone al video líder, que más que transmitir mensajes personifica EL MENSAJE. Es indudable que los medios de comunicación han creado líderes con fuertes personalidades y discursos ambiguos con fuertes imágenes.
¿A quién le importa Corea del Norte?
Mientras transcurre el documental, analistas y catedráticos entrevistados por el director  argumentan la importancia geopolítica de país, “Estados Unidos ve en Corea del Norte un conflicto no resuelto”,  “China mantiene a Corea del Norte porque quiere un amortiguador entre él y el sur pro estadounidense”; “los rusos no tienen ningún interés en poner fin a la existencia de Corea del Norte porque no quieren una Corea unida dominada por los EE. UU.”, “los surcoreanos no quieren una ley de unificación costosa al estilo alemán”.
Por su parte, los expertos y observadores internacionales exponen un conjunto de horrores en la nación, ejecuciones, campos de concentración, y la pobreza a lo largo y ancho de un país que prioriza el gasto en su ejército y defensa.
En ciencias sociales se aprende que tanto hombres como mujeres construyen la sociedad y tienen su debida responsabilidad en ella, sin embargo el ser humano está definido por sus posibilidades e imposibilidades, por la estructura en la que están colocadas y por la posición que ocupan en ella. Pareciera ser que los norcoreanos tan solo pueden apelar a la adoración por sus líderes.
La importancia de La Fractura Del Siglo como muestras de cine conceptual, no radica en el conjunto de imágenes, sino más bien en cuestionar los acontecimientos humanos que sucedieron y se repiten a lo largo de la historia. Al parecer, las incógnitas cada vez aumentan para el espectador. ¿Son este tipo de imágenes lo único que conseguiremos de la tragedia humana?
El acierto de Longoria en su documental The Propaganda Game es  provocar  en la audiencia la sensación incomoda de reconocerse como un homo videns, es decir, a criterio de Giovanni Sartori, “una criatura que mira pero que no piensa, que ve pero que no entiende”.

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