Por: Mariana Andrade
Han pasado 7 años desde que publicamos nuestro libro Ecuador bajo tierra, videografías en circulación paralela que dio cuenta de un tipo de producción de cine ecuatoriano y del cual muy poco sabíamos. Cuando lo publicamos y luego organizamos la primera edición del Festival Ecuador bajo tierra, las estructuras temblaron. Temblaron las instituciones del Estado encargadas del fomento a la producción del cine, pues no se habían enterado que este tipo de cine existía; temblaron las escuelas, pues no entendían cómo se podían hacer películas sin las bases técnicas y conocimiento necesarios pero que miles consumían; temblaron las buenas costumbres de los cineastas profesionales porque se enfrentaban por primera vez a un movimiento de cineastas que finalmente había hecho contacto con el bien más preciado: el público.  Por primera vez se ponía en evidencia que este cine, hecho de manera marginal, caótico, con poquísimos recursos y fuera de los estándares de la producción «profesional» de cine, recorría otros territorios, otras formas de circulación, con mucha más fuerza que las producciones profesionales convencionales. El cine «bajo tierra» ecuatoriano había sido develado. No solamente tenían estructuradas sus propias formas de producción y circulación, sino que el mismo público lo demandaba. Ese público no era necesariamente el que asistía a la sala de cine comercial o cultural, sino el que buscaba en los cientos de tiendas piratas los contenidos audiovisuales que le importaban.
La característica de los “bajo tierra” o “cine guerrilla”, era hacer cine libremente, ignorando todas las reglas. No se quedaban en la bancarrota cada que hacían una película, más bien cobraban a quien quisiera participar en ellas. Peleaban por existir y no ser eliminados de los libros, de las escuelas y del debate teórico del cine. Demandaban tener una voz propia en el debate sobre la historia del cine ecuatoriano. El mito del «cine guerrilla» había nacido. Desde 2009, el Festival Ecuador bajo tierra, se convirtió en la plataforma necesaria para estos realizadores y les dio a sus películas una dimensión, que por sí solas, difícilmente lo hubieran conseguido.
Los “bajo tierra” han cambiado el panorama del cine ecuatoriano, sin duda, y han hecho posible que su cine se separe también de las normas impuestas por las instituciones de fomento. No hacen películas para festivales ni nada parecido. Están fuera de las convocatorias del Consejo de Cine, porque no ha bastado que éste los catalogue como “cine comunitario”, desconociendo todos sus procesos internos. Hasta ahora no se han desarrollado, desde el Estado, las herramientas técnicas y conceptuales para entender las necesidades de este sector de la población. Hace falta construir el capital cultural que este grupo necesita porque hay una desventaja estructural, una distancia enorme, entre los “bajo tierra” y los otros cineastas y el Estado debe finalmente admitirlo. No hablamos solo de acceso a la educación e información, sino a reconocer el sitio en el que este grupo se ubica como parte de una sociedad organizada.
Pero también los “bajo tierra”, tienen que entrar en un nuevo escenario. La reciente aprobación de la Ley Orgánica de Cultura, pone a todo el sector a repensar sus prácticas y su ubicación en ese nuevo contexto. Han avanzado enormemente en su realización técnica (El Ángel de los Sicarios de Fernando Cedeño así lo demuestra) pero sus propuestas deben replantear el lenguaje cinematográfico que proponen y dejar el video amateur que les ha dado ya una enorme ventaja a lo largo de todos estos años para llegar al público. Seguir apostando a la improvisación y el seguir únicamente sus propios instintos es válido, pero no es suficiente para enfrentar el futuro. Los “bajo tierra” deben ser capaces también de temblar por dentro.
Es necesario salir de la retórica, de la mitología que adquirieron en su momento, para entrar cada vez más en otros campos. No basta con tener mandamientos, ni decálogos, ni festivales como este. La producción “bajo tierra” ha disminuido en referencia a los años anteriores y hay que tener la humildad para admitirlo. El mercado se ha reducido. Las ventanas de distribución están cambiando y el DVD va dejando paso al internet y sus plataformas abiertas como Youtube o pagadas como Netfilx. Los mitos deben reinventarse cada vez que se los nombra, sino corren el riesgo de convertirse en estatuas de sal. Y nada más lejano a la realidad de lo que son nuestras aspiraciones.
Hay que seguir haciendo películas y festivales de este tipo, las veces que sean necesarias. Ahí está nuestra responsabilidad. Así nomás es la cosa. Ya lo hemos hecho bastante todos estos años. Hemos hecho libros y documentales sobre el tema. Las películas “bajo tierra” o “cine guerrilla» deben seguir brotando en el campo, por todas partes, para que a partir de esos brotes, sea posible el surgimiento de una forma cada vez más regular, mas sólida, de una postura frente al cine ecuatoriano como tal.
  La tierra sigue temblando, no solo en Manabí, cuna de la mayor producción de los cine guerrilla. Es como una señal que nos advierte que no podemos nunca quedarnos quietos.

Comments

comments

X