La voz de Mariana Andrade, desde la matrix de OCHOYMEDIO
Señor presidente. Esta vez me gustaría hablar con Ud. de un asunto de mujeres. Le quiero hacer una propuesta indecente: ¿qué tal si, por una vez, hablamos del aborto frente a frente, sin cálculos políticos y dejando de lado -como presidente de un país laico- sus creencias religiosas ?
El tema ha puesto de cabeza su bloque y le ha costado, según usted, “lealtades” internas. La discusión ha provocado que algunas mujeres de su partido hayan hecho un débil intento por mantener una línea de pensamiento propio, alineándose luego a la ideología que penaliza una acción que debería ser entendida mucho más allá del ámbito legal: la compleja decisión de una mujer de interrumpir su embarazo, por distintas razones o circunstancias personales.
Es difícil tener una posición en firme sobre esto: el aborto es un tema polémico háblese en donde se hable. Usted debe saber que muchos países ya lo han legalizado. En el nuestro, esta discusión surgió hace algunos años cargada de argumentos ultra conservadores, católicos, contrarios a la idea de que deben ser las mujeres quienes decidan si desean o no llevar a término su embarazo y que debe ser el Estado, mediante la promulgación de políticas de salud pública, el que brinde una adecuada atención médica a la mujer que decida hacerlo. Resulta increíble que en este debate se anteponga el poder clerical, que como todos sabemos, administra el dogma de la culpa. En un Estado laico, como el nuestro, no debe haber leyes fundadas en dogmas religiosos (la misma vicepresidenta de la Asamblea Nacional lo expresó locuaz y apasionadamente hace poco tiempo). El aborto es una decisión que se adopta en el fuero más íntimo de una mujer, con las secuelas propias de cualquier acción traumática. La salud pública debe protegerla, no castigarla.
Es simple, señor presidente. El aborto seguro debe dejar de ser un privilegio para las mujeres que tienen cómo pagarlo, y debe dejar de ser la primera causa de muerte por gestación de las mujeres económicamente desfavorecidas. Un marco legal que lo regule significaría asumir las terribles consecuencias de su prohibición reconociendo los derechos reproductivos de las mujeres.
En Uruguay, a partir de la legalización del aborto, han dejado de morir mujeres en intervenciones clandestinas. “Hay que reconocer la existencia de ese hecho y ponerlo arriba de la mesa. Legalizándolo nos da la oportunidad de poder obrar persuasivamente sobre la decisión de esas mujeres. Y si hay una cuestión económica de angustia, los hechos demuestran que en muchos casos se retrocede en la decisión. Lo otro, es dejarlas aisladas en el medio de su drama. Me parece que es hipócrita”. Estas palabras las ha dicho su lúcido e ideológicamente afin colega, el presidente uruguayo Pepe Mujica. ¿Qué piensa usted de esas palabras, señor presidente? Le diré lo que yo pienso: no se puede tapar el sol con un dedo. Legal o no, el aborto existe y mata, por las condiciones en que se practica. Prohibirlo no lo va a detener.
Pero como todo lo que le he escrito difícilmente llegará a sus oídos -y como lo que yo hago es hablar de cine-, quiero invitarle a que veamos juntos esta película: “4 meses, 3 semanas, 2 días”, de Christian Mungiu, ganadora de la Palma de Oro en Cannes en 2007. La película aborda magistralmente este tema y Mungiu la ubica en los últimos tiempos del comunismo en la Rumania gobernada por Nicolae Ceausescu, conocido por instaurar en ese país un sistema opresivo, controlador, fundamentalista y totalitario. El gobierno de Ceausescu, igual que usted ahora, prohibió la legalización del aborto (claro, no amenazó con renunciar como usted lo hizo si se aprobaba; a él, el pueblo le cobró sus cuentas al final de su vida, pero ese es otro tema). Al final del sistema comunista, cuando cayó el muro de Berlín -muro que yo, felizmente, sí salté antes de que caiga- se estimó que cerca de 500 000 mujeres habían muerto en Rumania por abortar ilegalmente. La película no ofrece una lectura política, ni moral, ni religiosa del tema, sino más bien una lectura inmensamente humana, bajo el dolor, terror y suspenso que genera la ilegalidad de esta decisión en una estudiante que se somete a un procedimiento clandestino para interrumpir su embarazo. El filme, así como yo, no valora si la protagonista hace bien o mal al abortar, o si el problema es la falta de condiciones sanitarias o de libertad, solo pone en pantalla su universo íntimo en un entorno de miseria moral. Las escenas son fuertes, pero no son morbosas ni obscenas. Como usted es bien varón, podrá verlas sin problema.
Le doy mi palabra de que hay un antes y un después de ver esta película. Compruébelo usted mismo: soporte en una butaca esta historia cruda y brutal. Después acepte tomarse un café conmigo, para que me cuente si sigue pensando igual…
Atentamente,
Mariana Andrade, mujer

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