Por Christian León
Descartes, filme de Fernando Mieles, habla con eficacia y simpleza sobre complejos problemas como la memoria, la historia del cine guayaquileño y la discontinuidad de la filmografía ecuatoriana.
Descartes es el primer documental simpático del cine ecuatoriano. Es un filme auto consciente de sí mismo y de las necesidades del espectador. Gracias a una narrativa ágil y amena logra abordar temas complejos y densos con mucha frescura. Sin apelar a golpes bajos ni a la construcción de víctimas o narrativas de denuncia, pone en escena problemas como la realidad del cine guayaquileño, la fragilidad de la memoria y la crítica situación del patrimonio fílmico nacional.
Según David Hume, la simpatía es un suave movimiento de afectividad que procura el bienestar o la satisfacción del otro. El documental de Mieles, efectivamente, trabaja sobre la satisfacción del otro, sean estos sus entrevistados o el público espectador. Por un lado, el realizador logra generar una empatía gozosa con sus entrevistados quizá por el solo hecho de que todos comparten una pasión por el cine. En los retratos de Gustavo Valle, Gerard Raad, Jorge Suárez, Juan Hadatty, Gabriel Tramontana, Jorge Massucco y Lucho Costa que la película realiza, destella el brillo de una pasión incomprendida. Todos ellos parecen complacidos con la búsqueda que Mieles les propone: hurgar en el recuerdo de la edad de oro que vivió Guayaquil en los años setenta.
Por otro lado, el filme administra la información para conducir suavemente al espectador hacia la comprensión de las pasiones de sus personajes. A través de un hábil montaje, se alternan múltiples testimonios de las personalidades arriba mencionadas con la búsqueda que Gustavo Valle emprende de tres de sus cortometrajes extraviados: El Subamericano, Naturaleza muerta y De cómo engañar a los muertos. Mientras, entre sus recuerdos perdidos, los entrevistados hablan del talento de Valle, éste apenas se gana la vida como fotógrafo de eventos sociales. El relato dosifica hábilmente suspenso, humor e ironía. Monta de forma esporádica los fragmentos descartados de las películas extraviadas que Valle atesora después de la pérdida de sus filmes.
Con modestia, el director de Prometeo deportado, parte de pequeñas historias que encubren a complejos problemas. Estamos lejos de la grandilocuencia de filmes como Este maldito país o Cuba, el valor de la utopía. Desde búsquedas y preguntas sencillas, poco a poco van apareciendo temas como la historia del cine en Guayaquil, la relación entre olvido y memoria y el estado de los archivos y el patrimonio cinematográfico. En un acto de justicia poética, todo aquello que tradicionalmente se ha calificado como menor o descartable adquiere su justo lugar en el filme. De ahí el título del filme y su narrativa dispendiosa que incluye líneas de diálogo que habrían sido suprimidas por cualquier diligente editor.
Como es conocido, la historia del cine ecuatoriano se caracterizó por su discontinuidad e intermitencia. Durante el siglo XX, existieron muchos periodos en los cuales no hubo producción cinematográfica. Estos años perdidos, generaron dos actitudes: la angustiosa sensación de un permanente comienzo y la búsqueda afirmativa de padres fundadores. Si la primera de estas actitudes fue la marca de los años ochenta, la segunda es quizá la impronta de la actualidad. Filmes como Augusto San Miguel ha muerto ayer de Xavier Izquierdo y Descartes de Fernando Mieles surgen de esa búsqueda de tradiciones y referentes históricos. Saludable invención de un pasado para el cine ecuatoriano empeñado en tener un futuro.

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