Por José Peña Loyola (recodo.sx)
El duelo termina siendo un lugar que ninguna de nosotras conoce sino hasta que arribamos a él. Joan Didion en The Year of the Magical Thinking.
Una mujer recostada sobre un sillón recuerda una historia. La comparte con su hija. Las dos ríen, con esa risa que trae consigo un peso como de millones de piedras y atrás un llanto; un llanto persistente. Un dolor afincado que no se irá jamás. Recuerdan al hijo y al hermano. Cuentan una de esas historias simples, que aparecen como cotidianas pero que, cuando la ausencia se presenta, son ese lugar donde los que queremos habitarán por siempre. En la siguiente secuencia, la hija abre un armario lleno de camisas. Enseguida sabemos que hay dos ausencias, dos cuerpos que han dejado de estar de manera simultánea y que ahora habitan en el frágil territorio de la memoria. La mujer, que luego sabremos se llama Luisa, acaricia los cuellos de la camisa como si en ellos quisiera sentir un olor; como si quisiera que ese olor se impregne en sus cutículas. Que perdure de la manera en la que el cuerpo no lo pudo hacer. Al menos el olor, el olor quedará como quedan los recuerdos. La muerte no se lo lleva todo.
Con esas dos imágenes empieza La luz incidente (2015) de Ariel Rotter, quien filma el duelo con la precisión de quien lo transita. En el duelo el tiempo se quiebra y la vida se vive en fragmentos. Son como destellos de una realidad que, en ese momento, luce ajena a uno mismo. Uno se convierte en extraño ante la ausencia de ese otro en el que se reflejaba. El espacio está siempre vacío, como un piso que está convirtiéndose en precipicio a cada paso que se da.
Luisa ha perdido a su esposo y a su hermano en el mismo accidente. Luisa tiene dos pequeñas hijas que han perdido a su padre. Y una madre que ha perdido a su hijo. Después de los días que suceden a la muerte de quien amamos en los que el tiempo, más que fragmentarse, se detiene y el espacio desaparece, la realidad y el presente vuelven recordándonos que el otro es el que murió y que uno, aunque no lo quiera así, sigue vivo. Y ahí empieza el duelo. Ese estado en el que en mayor, o menor medida se vivirá siempre. En algún momento todas vivimos en duelo. Rotter ubica la historia en esos días donde Luisa empieza a vivir el duelo, y el duelo empieza a actuar sobre ella. La historia se muestra en secuencias independientes que marcan la vuelta a la vida de Luisa. El rehacer de su vida.

La luz incidente cuenta el proceso de enamoramiento de Luisa con Ernesto, un hombre de la alta sociedad Argentina de los sesenta –– década en la que película está ambientada ––, y el proceso de “reconstruir” su vida, y enfrentar la ausencia de su esposo, no sólo en términos emocionales, sino también en aspectos prácticos. Como irrumpiendo esa historia, Rotter introduce imágenes que se ven como paréntesis o notas al pie en las que se nos recuerda que lo que se ha roto, roto quedará. La grieta permanece; así sea en forma de cicatriz. Luisa se abandona a la ausencia y a las lagrimas hundida en su sillón. Luisa baña a una de sus hijas, la levanta de la tina y posa su cuerpo sobre sus hombros: la sostiene como diciéndole que todo está bien, como haciéndole sentir que su cuerpo sigue allí, su padre ha muerto pero ellas siguen, sus cuerpos siguen. Luisa plancha camisas en la madrugada, para que estén calientes como si un cuerpo las hubiera usado.
La noche de un 30 de diciembre, mientras cenaban, John Gregory Dunne sufrió un paro cardíaco y murió enfrente de su esposa, la escritora Joan Didion. Nueve meses y cinco días después ella empezó a escribir una suerte de recuento de su experiencia del duelo: The Year of the Magical Thinking (El año del pensamiento mágico). Allí Didion, en una reflexión sobre la imposibilidad de anticipar la experiencia del duelo, escribe: “Tampoco podemos saber con antelación la realidad (y aquí reside la diferencia fundamental entre el duelo como lo imaginamos y el duelo como es) de la ausencia inacabable que sucede a la muerte, el vacío…, la inexorable sucesión de momentos durante los cuales confrontamos la experiencia del sinsentido en sí mismo.”
Como la luz, la muerte se posa sobre nuestra piel y se refleja. Como la luz, la muerte nos encandila. Cuando hablamos de muerte estamos hablando siempre de duelo, de la experiencia de la muerte de los otros. La muerte en sí misma es intangible e innombrable. 
Tomado originalmente de http://recodo.sx/nota-breve-sobre-la-luz-incidente/

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