Por Alexis Moreano Banda
Wittgenstein, filme del genial Derek Jarman, cineasta y artista británico.
-¿Bitg… biguet…? ¿Bigtenstai…?
– Witt-gen-stein. Ludwig Wittgenstein, el filósofo vienés.
– ¿…? – Sí pues, uno de los pensadores más influyentes del siglo pasado… el autor del “Tractatus Logico-Philosophicus”, que replanteó las bases del positivismo, y que luego renegó en gran parte de lo que ahí había escrito y sentó, más bien, las bases de la filosofía del lenguaje corriente, y que…
– Ni idea. Suena complicado, en todo caso.
– Pues más razón para que vayas a ver la película.
– Capaz, pero para serte franco, también suena aburridísimo.
– Error, brother. Si ya te dije que es una película de Derek Jarman
– ¿…?
– ¿De qué carajo te sirve vivir a una cuadra de la tienda de dividís? Derek Jarman, el man que hizo Caravaggio, Sebastiane, The Angelic Conversation…
– Ni idea.
– Jarman… Igual, si no lo conoces, creo que tiene todo para gustarte. Fue un cineasta atípico, o ni siquiera tanto un “cineasta” en sentido estricto, sino un pintor, escritor y poeta que llegó al cine y encontró ahí su expresión más depurada. De hecho, Wittgenstein, cómo todas sus películas, es una obra híbrida, al cruce del cine, la pintura y el teatro moderno…
¿Como Greenaway entonces?
– Sí, pero sin la megalomanía, la ostentación ni el barroquismo. Jarman es la celebración del otro, la austeridad jovial , el minimalismo en technicolor.
– ¿Puedes ser más preciso?
– Es una cuestión de intensidad y no de extensión. Debes ver por ejemplo cómo Jarman trabaja el vestuario, los diálogos, el montaje, la música, la escenografía… y particularmente el color. Hay una teatralidad manifiesta, una artificialidad asumida, pero sobretodo una plasticidad depurada, justa, en la que cada elemento que se pone en valor brilla no para deslumbrar, sino porque tiene sentido: porque su presencia dice lo que es.
– O sea que, para decirlo en términos terrenales, Jarman sería algo así como un formalista.
– Términos terrenales, dices… Pues sí, precisamente, y ese es el dilema de Wittgenstein: haber pretendido en sus primeros años (y conseguido, en cierta manera) circunscribir el trabajo de la filosofía a la intelección estrictamente empírica, cientificista, terrenal del mundo. Como si la experiencia vital no estuviese constituida también por cosas que no son propias del mundo concreto. No por nada, en el filme de Jarman, no es con su maestro Bertrand Russell ni con el célebre economista John Maynard Keynes, que Wittgenstein tiene sus diálogos más fecundos, sino con Mr. Green: un marciano.
– A ver, a ver, qué mismo: o sea que el man se hace famoso por plantear que nada existe en el mundo fuera de lo que podemos percibir y nombrar, pero sufre porque en lo profundo de sí cree que el mundo es más que este mundo. ¿No será un poco místico, el Wittgenstein? ¿O esquizofrénico?
– Sin duda, pero ambivalente más bien. Ambiguo. No determinado. Un ser contradictorio, como toda persona. De hecho, en la película, el rol del filósofo es interpretado lo mismo por un niño que por un actor maduro, manera sin duda de subrayar la duplicidad, la indefinición del personaje…
– Es decir que, a pesar de sus certezas, el tipo duda.
– Sí, porque a término, y Wittgenstein así lo entendía, no hay saber sin dudas. Y de ahí que su filosofía, por sobre las apariencias, es una filosofía de la incertidumbre, de los límites del lenguaje al momento de dar cuenta de la complejidad de la existencia, de la necesidad de creer.
– Ya, bueno, todo lo que dices es muy interesante pero, ¿y el cine en todo esto?
– Yo diría al revés: todo esto en cine. De eso se trata.

 

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