Por María Fernanda Ampuero
Los recuerdos de su niñez en guayaquil marcaron profundamente sus películas, por eso, el cineasta francés Joseph Morder, invitado de Eurocine 2015, se define como “Un Judío Tropical”. A continuación, un acercamiento íntimo a nuestro querido Joseph, por María Fernanda Ampuero.
“Para mí filmar es parar el tiempo. Y ponerlo en el pasado. Así, cuando filmo algo ya pienso en el momento en el que voy a verlo. Es el placer de ver una cosa del pasado, pero que nunca ha existido verdaderamente”.
Joseph Morder en Aquí soy José de Fernando Mieles
“Nosotros olvidamos lo que elegimos olvidar” De la película La Duquesa de Varsovia de Joseph Morder
Él, que recuerda todos los días, piensa que ha sido olvidado. Y ya casi no queda nadie que le diga sí, eso ocurrió, pequeño que estás a punto de cumplir sesenta y seis años. Eso tan rarísimo sí que ocurrió. Entonces él hace películas, una tras otra, donde busca todo aquello, donde recrea la infancia –aunque piense que no, aunque diga esta vez no- una y otra vez: Peter Pan tropical y francés y judío y de ningún lado y de aquí, más de aquí que nadie. Joseph Morder, el niño de casi sesenta y seis años, nunca se fue de Guayaquil, su Neverland con grillos.
-Estar ahí, con ese origen que yo tenía, mis padres que escaparon de los campos de concentración y fueron a dar a Ecuador. Eso tenía que tener un sentido, yo siempre he sido muy místico, eso no era un azar. Fue la mejor época de la historia del mundo. Y la suerte que tuve de estar en Guayaquil en esa época.
Él, que recuerda todos los días, piensa que ha sido olvidado.
A diez mil kilómetros de la calle Baquerizo Moreno, donde pasó sus primeros años de vida, hace películas muy importantes y en una de ellas, Memorias de un judío tropical, recrea un verano de París que se presta, no sabemos cómo, los caminos de la nostalgia son insondables, un Guayaquil muy convincente y, a la vez, muy onírico: el juego de un niño que cierra los ojos muy apretados y sólo así puede ver lo que quiere ver.
¿Cómo París en verano puede ser Guayaquil, Joseph, cómo?
“El mundo está lleno de belleza”, dice un personaje de su última película, La Duquesa de Varsovia, un viaje a esa otra infancia de Morder, la silenciada, la de su familia judía escapando de Europa que los odiaba y también de eso: de los campos de concentración como agujeros negros, bocas podridas, monstruos sin belleza ninguna. Y, de repente, Guayaquil como la tierra prometida donde el niño Joseph, reconvertido en José, con una jota que se tragan las gargantas, bailaba danzas españolas con camisas de mangas abombadas y donde la madre vestía como las señoras elegantes del Malecón y donde se celebraban cumpleaños con muchos niños y había sol y un pequeño muy fantasioso –‘tímido, gordito’- podía pensar que el mundo, concentrado en un pedacito llamado Guayaquil, era un lugar lleno de belleza.
Salvarse es maravilloso.
-La infancia es una cosa muy importante, todo se hace en ese momento. Fue una bendición llegar a Guayaquil. Ecuador es mi país. Ecuador está en todas mis películas porque todo lo que hago viene de la infancia y mi infancia es Ecuador. Aunque viva aquí más de cincuenta años no soy totalmente de aquí, nunca. Una amiga que vivió en el Congo Belga su infancia puede comprender lo que digo. Todo lo que yo he vivido: mis primeras emociones, el descubrimiento del cine, todo eso fue en Ecuador.
Joseph Morder, por supuesto, habla español con acento francés, pero con palabras guayaquileñas. Ríe cuando dice que esta guayaquileña habla con acento español. Hay un desafío ahí, quién demuestra más guayaquileñidad. En mitad de donde sea que estén las voces entre España y Francia cuando hay una conversación telefónica, se cruzan los «chévere» y los «ya pues». El absurdo de creer que uno es puro. Joseph Morder dice tiene una bandera ecuatoriana sobre su piano y con eso gana toda competencia. Se ríe con una risa larga. Le gusta reír y que el otro ría. Y contar, contar por ejemplo cómo fue volver a Guayaquil cuarenta años después.
Él, que recuerda todos los días, piensa que ha sido olvidado.
-Te decía que todos mis recuerdos de infancia vienen de Guayaquil. Y volví y hay cosas que todavía existen. El edificio donde yo vivía todavía existe y cuarenta años después, cuarenta años después, tuve la suerte de visitar el departamento donde yo viví. Cuando vives cosas así de importantes, no te das cuenta. Ese día Fernando (Mieles, cineasta ecuatoriano que filmó el documental Aquí soy José basado en el retorno de Joseph a Guayaquil) me dijo tenemos una sorpresa para ti. Era una visita a la casa. Esa noche hubo una tormenta, la más grande del invierno. A mí siempre me habían dicho que me tenía que tocar una tormenta y un temblor. Bueno, ya fue la tormenta, ahora me toca el temblor. Entonces me vienen a buscar al hotel a las diez de la noche y me llevan por unas calles inundadas, una lluvia que no se veía nada. De repente, reconozco la fachada de la casa donde viví. Sentí, no sé, una gran felicidad. Ese día recuerdo que me dolía la barriga, había comido algo que me sentó mal. Así que estaba emocionado y con el estómago así, ¿sabes? Era como una película, un decorado. Después no hubo electricidad. Terminamos la visita con la luz de una vela. Yo reconociéndolo todo. Claro, había otros muebles, ahí vivía otra gente, pero el suelo, todo, era igual. Estaba la huella del teléfono que había en la pared. Yo con ese estómago que no podía más, tuve que salir al balcón a respirar, caía la lluvia… Era una ficción sudaméricana.
El padre de Joseph Morder está enterrado en el Cementerio General de Guayaquil, también su hermana pequeña. Esas tumbas él no las había visto nunca y ese día, el día que terminó viendo el fantasma de su teléfono mientras sobre Guayaquil caía toda el agua del mundo, mientras su barriga le pedía una tregua, él fue, solo, sin cámaras, a llorar a su gente muerta. De esto no hay imagen ni la habrá: un hombre colorado, pelo ya canoso, gafas redondas y doradas, inclinado, llora sobre unas tumbas con nombres extranjeros: su papá y su ñañita. Nada más diremos sobre eso.
Él niño, que ahora es hombre, pero que sigue siendo niño, hace cine por esto:
Justo frente a la casa donde creció, había un cine, el Eloy Alfaro, que hoy es un garaje, donde –ay, como en Cinema Paradiso- había un hombre que se dio cuenta de que a ese pequeño tímido, regordete y colorado le gustaba mucho el cine. Le cambió la vida. -Tengo el recuerdo de que iba solo al cine, tal vez mi mamá me dejaba ahí, pero yo creo que iba solo, tendría cinco años. Yo iba al cine cuando me apetecía. Ahí descubrí el cine. Siempre lo supe: yo quería hacer películas. El cine era color amarillo, de madera. No sé, para mí era amarillo. El dueño dándose cuenta de que me gustaba el cine, me dejaba entrar. Todo era subtitulado, yo no sabía que existía el doblaje, yo me acostumbré a ver películas en versión original. En Francia descubrí el doblaje y dije ¿qué es esto? Yo iba al cine cuando me apetecía, yo iba todo el tiempo allá, tanto que veía todas las películas, incluso las prohibidas para dieciocho años. Vi una película de Bergman llamada Summer with Monika, casi erótica, escandalosa. ¡Yo tenía menos de cinco años! Hay una escena que era un escándalo para la época, una chica joven, una adolescente desnuda bañándose en un lago. También vi películas de Renoir donde tuve mis primeras visiones de París o Funny Face, la película de Audrey Hepburn y Fred Astaire, que mostraba ese París de Hollywood, el de las comedias musicales. En ese cine, el Eloy Alfaro, vi también Las Vacaciones del Señor Hulot, que era un personaje típicamente francés, muy elegante, hacía las cosas de una manera muy especial. Me recuerdo muy bien a través de esa película porque yo a él lo veía como un francés típico y después me di cuenta de que el actor era de origen ruso, como yo, que soy un francés de origen sudaco.
Él, que recuerda todos los días, piensa que ha sido olvidado.
Pero no. Neverland estaba ahí, intacta. Sus compañeros del Colegio Americano le organizaron una fiesta y le dijeron que se acordaban de él y de las cosas que decía y que hacía y le contaban anécdotas que él mismo, que recuerda y recuerda, ni siquiera tenía registradas. Guayaquil lo abraza. Entonces se da cuenta de que tiene que volver, siempre, como un enamorado, que las historias que ha guardado con la letra de su infancia, las que escribía en esa casa del centro sólo pueden filmarse allí, en Guayaquil. Ese es su sueño próximo. Bueno, su sueño es este:
-Si estoy existiendo en esta tierra quiero hacer películas.
Bienvenido a Neverland, Joseph.

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