Por Galo Alfredo Torres
Albertina Carri mira sin lirismo al campo y, sobretodo, al alma humana. La rabia es otro título capital del cine de Argentina.
Paralela a la abrumadora tendencia del cine contemporáneo por cartografiar la ciudad y el pathos urbano de sus habitantes, hay una corriente minoritaria de filmes que dan la espalda a las pasiones citadinas y van en dirección opuesta al campo o al monte, para mirar el alma humana allí, en la ruda interacción con lo primigenio. Se trata de un cine del retorno, del regreso mítico-geográfico a las raíces de la subjetividad; meta regresivo que Deleuze ha definido como pulsiones elementales ligadas a los mundos originarios.
El Novísimo Cine Argentino de los noventa hasta nuestros días ha entregado al menos tres títulos capitales de ese cine de vuelta a las pulsiones básicas: La libertad (2001) y Los muertos (2004), de Lisandro Alonso, y por supuesto La ciénaga (2001), de Lucrecia Martel. A este grupo de ficciones habría que añadir ahora La rabia (2008) de Albertina Carri. Se completa así un cuarteto ficcional en el que, al margen de las distancias estilísticas, es evidente un horizonte estético compartido: su afán de forma; y también ético, por ese fondo naturalista común que las envuelve, concretado en tramas e imágenes saturadas de crueldad, degradación y violencia –a veces contenida, desbocada otras–.
Ya en la brillantísima Los rubios, Carri dió muestras de su ímpetu formalista destinado a potenciar los contenidos, y que se manifestaba en el ingenioso empleo de varios recursos narrativos y discursivos como la hibridación genérica –cruces de ficción y documental–, la multidiégesis –hay al menos tres líneas de acción que van alternándose–, distanciamiento y evidenciación del narrador, uso del fuera de campo, sonido asincrónico, presencia de intertítulos y un no menos creativo empleo de la animación y el performance. Estos elementos forman parte de la armadura discursiva con los que la directora intenta recuperar el traumático capítulo de su infancia ligado a las desapariciones y torturas de la dictadura, para al final constatar la fragilidad de la memoria y las improbabilidades de la verdad. El resultado es una obra que será referencial para las cinematografías regionales, básicamente en términos de crítica al documentalismo que postula la “autoría” entendida como “autoridad”; pretenciones de absolutismo a las Carri opone las contingencias de búsqueda y verdades aproximativas del autor menor
Con La rabia, Carri da un salto a la ficción, pero traslada su irrenunciable apego a la imagen documentalizante de espacios y tiempos reales, para contar una historia centrada en las situaciones fundamentales que resultan de la vida de hombres y mujeres sensibilizados por los ritmos de la tierra, el cultivo y la crianza, pues tras las horas y labores del campo fluyen torrentes de turbulencias afectivas. Desde el naturalismo no-bucólico sabemos que algo singular le ocurre al individuo y sus relaciones interpersonales cuando el cielo abierto y el verdor condicionan su actos y voliciones. La rivalidad entre dos familias ­–bastante disfuncionales según el canon– será el eje dramático de una anécdota que desborda fuerzas y potencias elementales
La rivalidad será puntuada por el sonido concreto, el contraste de gritos y silencios, de envolventes planos diurnos y premonitorios planos nocturnos. Los niños, unidos por complicidades, son el punto de vista elegido, porque es su mirada la que nos guía. Y lo que ven y vemos es lo terrible: infidelidades, celos impotentes, odios y acechanzas eróticas. Carri aquí es radical: las escenas eróticas tienen la marca de lo brutal, del macho copulando a la hembra. Nada de lirismo. Este naturalismo “del vientre hacia abajo” se completa con el desposte de un chancho, la mesa colectiva y la esperada riña de sobremesa. Los niños miran e interiorizan dichas tensiones; entonces Nati, la niña-muda, maltratada por el padre impotente, se desnuda, sola, a campo abierto como un acto de purificación y liberación, o grita, dibuja, sueña con persecuciones y muertes que las vemos animadas en la pantalla. Así Carri, ha vuelto a la niñez, pero no al paraíso perdido sino a su oprobio.

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