Por Andrés Barriga
Chris Marker y una de sus obras maestras: El fondo del aire es rojo (1977). Un documental de 3 horas de duración que cuenta, con imágenes de archivos, la historia de la caída de la izquierda en el mundo.
1. El ensamblaje de una memoria colectiva El fondo del aire es rojo (Le fond de l’air est rouge, su título original) está fabricada íntegramente de imágenes de archivo. El filme está dividido en dos capítulos: “Las manos frágiles” (Les mains fragiles) y “Las manos cortadas” (Les mains coupées). La primera parte busca abarcar la guerra de Vietnam, la muerte del Ché, Mayo del 68 y la segunda cubre la Primavera de Praga, Chile entre otros.
El fondo del aire es rojo nos habla de un tiempo ido y detenido. Sus imágenes son un rastro que en su visionado se desvanecen y suspiran su ausencia. Cada segundo, cada cuadro representa el desaparecimiento de aquello cuyo vestigio solo queda en el aire. Todos esos recuerdos pueden ser extractos: trazos de la vida política de los pueblos oprimidos y opresores, de aquellos grupos humanos que querían cambiar la sociedad de los sesentas y setenta. Pero solo cuando se los pone en relación, los recuerdos se vuelven monumentos. En la aproximación y en el montaje del realizador, esos recuerdos se convierten en memoria. Esa melancolía transpirada por las imágenes escogidas por Chris Marker corresponden exactamente al sentimiento del autor que veía esfumarse la utopía revolucionaria. La memoria de una desilusión hecha de recuerdos, que a su vez se borran en su proyección.
Visto con los ojos de la Europa contemporánea, este filme puede ser una tumba. Un mausoleo de imágenes momificadas por la melancolía. Un desecho de retazos de ilusiones y pasiones mal envejecidas. A fines de los años setenta, cuando este filme fue realizado, la utopía terminaba ya su tránsito. Por eso, el filme no nace en la cresta del oleaje revolucionario, sino que se deriva de la escampada reaccionaria que se instaló a fines de esa década. Marker y su filme son los náufragos que buscan tierra firme para sembrar esperanzas de cambio en un continente triste que late al ritmo de las conmemoraciones de Mayo.
Sin embargo El fondo del aire es rojo no ha envejecido igual que los ideales europeos. Curiosamente, diversos y acumulados eventos del presente en la región nos obligan a ver estas imágenes con menos nostalgia. Sentimos que hay vida en el reflejo tardío de lo intempestivo de la época, como un eco que toma años en cuajar y brota bajo otras formas.
Pero no solo son los tiempos los que ahora son distintos; es nuestra mirada sobre aquellas imágenes la que no se asemeja para nada con aquella que Chris Marker portaba sobre los eventos. En gran medida la compilación de Marker busca construir memoria a partir de imágenes graves pero que no sufrían el desgaste que cualquier actualidad de nuestro tiempo sufre en los tele-noticieros. De ahí que su gesto es mínimo, porque su colección de momentos está constituido de retazos «silenciosos», como él mismo los calificaría en esa época. Son imágenes que ahora, con la distancia, podemos entenderlas como icónicas. Lo podemos hacer gracias a trabajos como el de Chris Marker y otros sastres de la memoria. Las secuencias escogidas no hablan por si solas. Funcionan como un patchwork, donde los fragmentos disímiles se forman en su unión y en su ensamblaje. Y este gesto es un ejemplo de afirmación artística y política del autor, porque su filme de colectividades y memoria colectiva es muy personal. Los rastros visuales de los eventos funcionan como materia para elaborar enunciados personales que dicen, de esto fuimos capaces: de matar al Ché y de encontrar la playa bajo los adoquines.
Pero ¿cómo sobreviven los recuerdos cuando estos nos vienen digeridos por la televisión? Ciertamente de manera distinta de como Marker pudo rescatar los suyos. El trabajo hecho en El fondo del aire es rojo no busca ser alternativo al discurso propuesto por los medios de comunicación audiovisual. Son simplemente terrenos distintos. La gran mayoría de imágenes provienen de cineastas, de sindicatos obreros o de archivos públicos. Imágenes que solo mucho más tarde fueron explotadas por las televisoras. Pero ahora, en nuestros días, son contados los cineastas que salen a filmar a la calle los movimientos insurgentes. A pesar de todos los prejuicios que tenemos con los medios de comunicación masivos, todavía acudimos a los más tradicionales de ellos para verificar el estado de las actualidades.
2. Encontrar lo que se nos ha ocultado De aquí nace el reto, para nosotros videógrafos: tomar los eventos de allá afuera como dudas que sin nuestra participación seguirán teniendo siempre una carga de turbia veracidad. Sin nuestra intervención la actualidad seguirá siendo la versión maquillada de los medios forjada con el único propósito de vender y defender los intereses de sus clientes, y ¿serán las imágenes registradas en esas condiciones las que nos servirán, más tarde, para recordar este tiempo? Qué lamentable sería ese destino. En un país donde el rumor es más fuerte que las pruebas, donde la misma prensa se ampara de chismes para hacer de ellos sus fuentes informativas, debemos dudar. Se sigue escuchando que Bucarám salió de Carondelet con bolsas de dinero o que Febres Cordero rodeó la Corte Suprema con tanques, ninguna imagen ni testimonio confiable lo confirma.
La desilusión de Marker –que ve pasar la fanfarrea de la utopía, pero deja los rastros de un sinnúmero de vistas para los que vendrán– puede convertirse en la nuestra. La desilusión es también la de encontrarnos todavía en un tiempo que delega el registro de su realidad a empresas de comunicación. Ya sucedió en Venezuela que su población se enteraba del golpe de estado por la prensa opositora que tergiversaba los hechos. ¿De qué material dispondrán los venezolanos para contar a sus hijos este evento? ¿Y de qué material disponemos nosotros? ¿Dónde están las imágenes de la caída de Bucarám, la de Mahuad, la de Gutiérrez? Ojalá que no estén solamente en los canales de televisión. La historia reciente de este país tiene todavía lagunas.
Aquí el fondo del aire es amarillo, pero nuevamente, no hay mucho que pueda atestiguarlo. Debemos buscar, nuestra meta es encontrar lo que la televisión nos ha ocultado. Las condiciones institucionales actuales son las adecuadas para emprender proyectos de memoria. El régimen de este día parece ser menos efímero que lo que unos pocos quisieran. Tiempo suficiente para, con recuerdos, construir la memoria de los años amarillos, naranjas, verdes, los años de la larga noche, los de los desaparecidos, de los fugados.
Anexo
La luz y la oscuridad
Por Rafael Barriga
Cuando en el año 1972 Chris Marker lanzó su ensayo extensivo Sans Soleil, ya era considerado por muchos como uno de los más grandes cineastas vivos. Es que veinte años antes había hecho un filme de solo 28 minutos, tan perfecto e influyente como pocas otras películas de la historia. La Jetée ha permanecido como un filme indispensable, estudiado al derecho y al revés en toda escuela de cine que se precie. Hecho enteramente de fotografías fijas, sobre un mundo sufriente en la tercera guerra mundial. Un hombre es escogido para salvar al mundo. Sus posibilidades dependen, casi enteramente, de su memoria. Marker ha trabajado durante toda su vida, de una manera personal y muy melancólica, en los temas de la memoria. Sans Soleil es una carta llena de reflexiones sobre la vida y la muerte, la luz y la oscuridad, la felicidad y la tristeza. Sus documentales políticos son ejemplos de lo mejor del modernismo: ¡Cuba Sí! (1962, sobre la Cuba de Castro), Dimanche a Pekín (1956), Lettre de Siberia (1962, sobre la URSS), Description d’un combat (1960, sobre Israel), Si J’avais Quatre Dromedaires (1966, sobre África del Norte). Llamarlos documentales es casi injusto. Son bellos ensayos, en donde la lúcida voz de un poeta desafía las consecuencias del tiempo. La duda, la intriga y la melancolía están siempre presentes.
El fondo del aire es rojo, película creada en 1977 y relanzada hace poco, asume notablemente el estilo y las intenciones. “La disidencia murió con las tiranías”, narraba con clarividencia, adelantándose a la muerte de las izquierdas. El cineasta oscuro finaliza: “algunos lobos sobrevivirán” previendo la resurrección.

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