Por Alexis Moreano Banda
Caché de Michael Haneke es un filme de terror. Más precisamente de fantasmas.
  1. Detrás de su atmósfera de drama psicológico, Caché es fundamentalmente un filme de terror –y más precisamente un filme de fantasmas–. En Caché, el fantasma no tiene rostro ni forma reconocible, pero tiene ciertamente un nombre propio y una raíz histórica precisa: es el espectro del colonialismo, trauma nunca resuelto, siempre negado o reprimido, que acecha constantemente y en silencio las buenas conciencias de una Europa demasiado dada a confundir amnesia con amnistía.
  2. En la noche del 17 de octubre de 1961, la policía parisina reprimió con una violencia desmesurada una manifestación pro-independentista organizada por el Frente de Liberación Nacional Argelino. Nadie sabe con certeza cuántos manifestantes fueron asesinados esa noche (se habla de docenas), pero los historiadores concuerdan en que se trató de la mayor masacre de civiles acaecida en la capital francesa desde los tiempos de la Comuna. Escondida tras el relato del desmoronamiento de la vida de Georges, el personaje principal del filme, es la memoria de este episodio oscuro y apenas conocido de la historia reciente de Francia que Caché reactiva y proyecta como una sombra sobre nuestro presente.
  3. Con Caché, Michael Haneke vuelve a visitar las temáticas y obsesiones que había explorado casi obsesivamente en sus primeros filmes austriacos, y que apenas fueron tratados en sus recientes La profesora de piano y La hora del lobo: la culpa y la mala conciencia, el fardo insoportable de la filiación, la deshumanización creciente de la sociedad bajo el capitalismo. Tal como sucedía en Funny Games, Benny’s Video o El séptimo continente, Haneke propone con Caché una meditación sobre la barbarie que anida en el corazón de nuestra cultura, sirviéndose para ello del mismo artilugio que en sus filmes precedentes: infiltrar un elemento desestabilizador en el seno de una normalidad aparente con el fin de exponer la flaqueza de los pilares sobre los que reposa la sociedad burguesa (familia, éxito económico, cultura…). Esta vez, sin embargo, Haneke ha optado además por invocar a un espectro, para inquirir con él sobre la responsabilidad del que no se siente culpable y la culpabilidad de quien no se siente responsable.
  4. De Google Earth a la biometría, pasando por YouTube y los teléfonos celulares de tercera generación, jamás el ser humano ha estado más observado que ahora. En Funny Games, el Mal hallaba su representación en unos jóvenes bien educados y elegantes que martirizaban para luego asesinar, sin la menor piedad ni razón aparente, a toda una familia que reposaba en una cómoda villa de vacaciones. En Caché el Mal es una mirada, es decir, no sólo un ojo que ve, sino un ojo que sabe.
  5. Georges trabaja como presentador de una emisión cultural en una importante televisora francesa. Todos los días, a un horario preciso, se invita al hogar de sus telespectadores –esos miles de desconocidos que a él, en cambio, lo conocen–. Conocen su rostro, su nombre, su lugar de trabajo, quizás alguno sepa incluso en donde vive. Desde hace algún tiempo, una mano anónima hace llegar regularmente a Georges sobres que contienen imágenes que le hacen saber que está siendo observado. No hallando explicación, Georges empezará a indagar en lo más profundo de sus recuerdos en busca de algún indicio que pudiera revelar la identidad del misterioso remitente. De esta confrontación con la memoria reprimida nacerán el pánico y la paranoia. Y saltará entonces a plena luz el fantasma de la culpa no reconocida, de la responsabilidad nunca asumida, de la ausencia de un trabajo de memoria. Y como todo fantasma, no cesará de acechar mientras no halle reparación y justicia.

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