Por Christian León
“La lectura atenta de las imágenes me llevó a primeros hallazgos. El fondo oscuro y los ruidos sordos me remitían al universo de lo desconocido, lo inarticulado carente de sentido”.
Hay dos imágenes que me persiguen. En la primera, sobre un fondo negro, una cadena de eslabones luminosos gira sobre un punto central. Con cada rotación se escucha un sonido grave, un rugido ralentizado. En un comienzo los ciclos de giro son lentos, paulatinamente se produce una aceleración del movimiento y de la intermitencia de los ruidos. Tengo miedo. Conforme todo se acelera, me aterro. Despierto sobresaltado, a veces lloró. En la segunda, otra vez sobre el fondo negro. Animados con trazos toscos e infantiles, dos garabatos redondos, uno más grande que el otro, se disponen a pelear en un ring de box. Un ruido inarticulado, como un escape constante de gas, cubre todo con su rumor y evoca una multitud enardecida que está fuera del campo visual. El ruido es siniestro. Algo va a suceder, tengo miedo.
Estas dos imágenes me han acompañado siempre. Fueron sueños recurrentes en mi infancia, recuerdos olvidados en la adolescencia, preguntas necesarias más tarde. Algo importante y constitutivo de mi mismo, está cifrado en esas imágenes. Lo sé. Aun así, no he querido ir al diván del doctor Freud. Preferí hacer la interpretación a mi manera. Durante años, me dediqué a recordarlas, reconstruirlas y leerlas como si fuesen un hermético filme.
La lectura atenta de las imágenes me llevó a primeros hallazgos. El fondo oscuro y los ruidos sordos me remitían al universo de lo desconocido, lo inarticulado carente de sentido. Eran la manera como la presencia de la muerte se había grabado en mi memoria. Sobre ese angustiante telón de fondo, los dibujos luminosos y sus movimientos repetitivos contaban unas historias en la cuales no importaban tanto las anécdotas y los detalles.
En la primera escena, el eje sobre el que gravitaba la cadena era un centro, era un punto de subjetivación, debía ser el lugar de mi propio yo. Un yo aterrorizado por una fuerza que crecía amenazante. En la segunda escena, las toscas representaciones de los boxeadores estaban sexualizadas. El garabato grande era masculino, el pequeño femenino. Por su contextura podían ser mi padre y mi madre, eran mi padre y mi madre. Era mi padre a punto de golpear a mi madre. En el ring, la violencia paterna, la fuerza de la autoridad, era arengada por el siniestro ruido de una multitud. La autoridad, la violencia y la muerte confluían en un cuadro terrorífico.
Segundo hallazgo. Cuando uno mira una bombilla eléctrica y cierra los ojos repentinamente los filamentos luminosos se quedan gravados en la memoria. Ambos sueños se parecían a esa post-imagen producida por la persistencia de la luz en la retina. Las dos eran imágenes fijadas en la memoria que habían perdido la capacidad de relacionarse con otras tal y como sucede con el filamento luminoso.
Efectivamente, lo que volvía siniestras a las imágenes era la fijeza, la incapacidad de ser trastocadas por otras imágenes. El efecto traumático que estas tenían en mis sueños estaba relacionado con la ausencia de flujo y de movimiento. En contraste, las imágenes cinematográficas no son sino una sucesión vertiginosa de cuadros. Una imagen sepulta a la otra impidiendo que ninguna se fije y transformando el conjunto en un flujo constante que produce la impresión de movimiento. Si el cine es flujo constante de imágenes, impresión de movimiento, tiempo en estado puro. La imagen traumática era una escena detenida que volvía como un loop e impedía el flujo de la vida.
Era necesario inyectar una dosis de movimiento a esas imágenes detenidas para volverlas más cinematográficas y menos siniestras. Sin ser consciente del asunto, eso es lo que había hecho. Hablar, escribir, producir sentido para transformar el desconcierto y el miedo. Esa fue mi estrategia. También mi camino a la crítica de cine.
Hoy sigo pensando en esas dos escenas sobre el fondo oscuro, ya no me producen miedo. Siempre encuentro nuevos sentimientos, interpretaciones y preguntas para ellas. Estoy fascinado con las imágenes, no puedo evitarlo, no quiero evitarlo. Son mi fetiche, lo sé. Ahí estoy frente a la imagen, frente a la pantalla, intentando pensar que el mundo puede sostenerse desde la pura pasión.

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