Por Alexis Moreano Banda
Sobre Esas No Son Penas de Anahí Hoeneisen y Daniel Andrade. Un relato sobre la amistad, la complicidad y el paso a la madurez.
Se trata de una película modesta, casi doméstica, cuya evidente economía de recursos no da lugar a grandes pretensiones de forma, pero que no por ello está exenta de una ambición estética manifiesta ni desprovista de interés en términos cinematográficos. Es básicamente una obra escrita, un guión filmado de manera más bien ortodoxa, si no académica, pero que da sin embargo cuenta de una justa comprensión del lenguaje del cine, que los realizadores Anahí Hoeneisen y Daniel Andrade matizan en ocasiones con una prudente dosis de audacia en su tratamiento. La trama central puede resumirse en pocas líneas: se trata de seguir la cotidianidad ordinaria de cuatro mujeres a lo largo de un día que debiera ser extraordinario. Tres de ellas, Marina, Diana y Elena, son amigas desde la adolescencia, jóvenes aún pero ya plenamente adultas, relativamente independientes, visiblemente insatisfechas, radical- mente solas. Dieciocho años han pasado desde la última vez que estuvieron juntas, y han acordado reencontrarse al terminar el día en casa de una amiga que sólo conoceremos en el tercio final del filme. Las acompaña Tamara, la hermana menor de Marina, cuyo rol y edad sitúan en una condición casi análoga a la del espectador, como una suerte de testigo a la vez integrado y distante de los dramas de sus mayores. El desarrollo del filme seguirá el relato entrelazado de las historias paralelas de estos personajes en principio disgregados, pero a los que atraviesa una identidad común, una unidad férrea que pareciera resistir a la separación que instruyen fatalmente el tiempo y la distancia. Celebración de la amistad, de una complicidad y compenetración fundadoras cuya constancia sobrevive a la falta de frecuentación, interpelación sobre las posibilidades efectivas de alcanzar la libertad y la plenitud individuales, reflexión sobre el paso a la madurez, sobre la pérdida, sobre el carácter infranqueable del destino, la película toca mucho pero se cuida de no penetrar a fondo una temática particular, de dictar sentencias o de perseguir soluciones reconfortantes, prefiriendo lanzar aristas que inscriben una dinámica pero no señalan desarrollos claros, inequívocos. Allí radica una de sus principales virtudes, en la apertura de la narratividad que faculta la proyección de universales a partir del retrato singular, circunscrito pero no restringido, de sus personajes.
Aún si este es el primer largometraje de Hoeneisen y Andrade, la experiencia ganada en el corto y en la colaboración con otros directores trasluce en esta obra serena, que no se quiere demostrativa ni cede a la urgencia de afirmar un estilo, prefiriendo la exploración personal al despliegue de rupturas o filiaciones que suele caracterizar las primeras obras. No quiero decir con esto que Esas no son penas sea una película ya madura y enteramente lograda, sino que su andamiaje se presenta lo bastante sólido como para dejarse apreciar sin que medien las concesiones o la condescendencia con que se tiende a evaluar el siempre naciente cine nacional. De hecho, a los realiza- dores se les puede reprochar, en primer lugar, el no haber sido suficientemente generosos en el desarrollo de sus ideas propiamente cinematográficas, o más precisamente el no haber hecho de ellas el núcleo organizador de la película. Las soluciones fílmicas a los problemas que plantea el relato son ciertamente apreciables e incluso ingeniosas, pero más bien esporádicas y sometidas a la dictadura del texto, sobre la cual rara vez consiguen imponerse. Más que parte consubstancial del relato fílmico, aparecen como elementos flotantes, como introducidas artificialmente en una estructura que halla finalmente su articulación en la escritura del guión, no de la imagen. Así mismo, se puede señalar una cierta inconsistencia en la organización dramática, en particular cuando la película apela a las emociones o a la gravedad de los secretos y las revelaciones en busca de resignificar o relanzar una trama que no parecería requerirlo, más aún cuando es precisamente de la monotonía y de la ausencia de sobresaltos que el relato extrae su eficacia y su fuerza. Así, por ejemplo, el diálogo entre los personajes de Tamara y el guardián en la secuencia de cierre instruye una conclusión reflexiva que, al asignar las “penas” en cuestión a una generación y un género determinados, conspira contra una identificación ampliada de parte de los espectadores y merma la intensidad que se había logrado gracias a la narración abierta, polívoca y entramada que dominaba hasta entonces. Y se pudiera también contestar algunas decisiones de reparto o de dirección de actores, cuyas fallas se hacen particularmente ostensibles en el exagerado pathos de la madre de Marina, la ocasional tendencia al vedettismo en la interpretación de Tamara o el naturalismo casi caricatural del hermano alienado de Elena, todo lo cual contrasta con la prestación sobria y sugerente de las tres actrices principales y el trabajo igualmente impecable de Carolina Valencia y los niños. Pero a pesar y por encima de estos y otros posibles desatinos –que cabía mencionar porque no son menores ni pasan inadvertidos–, Hoeneisen y Andrade han logrado una película bien enlazada, atractiva y en ocasiones altamente sugestiva, que se destaca por las innegables cualidades fílmicas y narrativas que presenta, y sobretodo por la honestidad y el afecto con que han sido abordados tanto el ejercicio como la temática. Más allá de la pulcritud técnica de la película (muy bien servida por una fotografía cuidada y la justeza del trabajo de sonido), más allá del esmero puesto en la caracterización de los personajes y en la construcción de los diálogos, son las decisiones fílmicas (cuando la elipse, el montaje, el encuadre toman el relevo del teatro y la palabra) las que confieren a esta empresa su real consistencia y le permiten existir como una obra cinematográfica.

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