Por Christian León
El cine ya no es solo producción de películas. Hoy es un proceso complejo e integral de intervención estética, política y cultural. Ahí arrancan los retos para el cine ecuatoriano.
El cine ecuatoriano vive hoy un momento histórico. Nunca ha tenido tanta producción, visibilidad e institucionalidad. En lo que va de la década se han producido más de 20 largometrajes, cifra superior a la alcanzada durante todo el siglo XX. Ratas, ratones y rateros (1999) de Sebastián Cordero puso al Ecuador en la cresta de esa ola llamada cine latinoamericano y constituyó un paradigma para los cineastas emergentes. Qué tan lejos (2006) de Tania Hermida generó un potente proceso de comunicación con las audiencias locales por su reflexión sobre nuestro imaginario de país. Nuevas plataformas de exhibición abrieron espacio para una pléyade jóvenes de cineastas. Abre la sala Ocho y Medio, se crean el Festival Internacional de Cine de Cuenca, el Festival de documental Encuentros del Otro Cine (EDOC) y el Festival de cine “Cero Latitud”. Finalmente el año pasado, se aprueba la “Ley de fomento del cine nacional” y se crea el Consejo Nacional de Cine que dará a conocer en pocos días los ganadores de sus primeros concursos. En este contexto de crecimiento e institucionalización, creo que el cine nacional tiene tres desafíos pendientes a futuro.
  1. Diversidad estética y conceptual. En una entrevista reciente para “Cinémas d’Amérique Latine”, Víctor Arregui dice que el cine ecuatoriano está preocupado por necesidades concretas de la vida. El realizador quiteño sostiene que “no tenemos tiempo para desarrollar una capacidad de abstracción”. Ideas como está no solo subvaloran al cine ecuatoriano, si no que afirman concepciones esencialistas y colonialistas. Sí. Al Primer Mundo supuestamente le está destinado el filme universal, conceptual y experimental, al Tercero, el testimonio, la descripción social y la crónica nacional. Nuestro joven cine siempre ha estado caracterizado por una diversidad de propuestas narrativas y estéticas. A lado del realismo social, siempre existieron otras expresiones como el melodrama, el musical, la comedia. Los jóvenes realizadores han introducido una saludable pluralidad de géneros, estilos y temáticas. Tenemos ya una pequeña tradición de filmes experimentales de lenguaje conceptual y resonancia poética. Opus Nigrum (1992) de Fernando Mieles, Metro cúbico (1995) de Sebastián Cordero, L’objetiv (2002) de Pancho Viñachi, Silencio nuclear (2002) de Iván Mora, El correo de las horas (2003) de Sandino Burbano, A la caza del rey (2007) de Patricio Burbano, entre otros. No existe ningún rasgo esencial que defina al cine ecuatoriano. Nuestro cine es plural y es mejor lo siga siendo.
  2. Amplitud temática. Uno de los muchos aspectos polémicos que tiene la actual Ley de Fomento al Cine Nacional es el literal c de su artículo 3. Aquí se establece que una película para ser calificada como nacional, y por tanto beneficiaria de los incentivos estatales, debe tener una “temática y objetivos tengan relación con expresiones culturales o históricas del Ecuador”. Al margen de las múltiples interpretaciones que pueda hacer de la ley, el artículo deja espacio para la censura temática y la segregación de muchos de los filmes ecuatorianos. Dos ejemplos, por sus temáticas Cincompasión (2000) de Eduardo Villacís y Cuba, el valor de una utopía (2005) de Yanara Guayasamín no calificaría como ecuatorianas. Para un país que tiene 2 millones de personas viviendo en el exterior y múltiples nacionalidades, calificar expresiones culturales ecuatorianas es en sí ya un problema. Mientras la sociedad es cada vez más intercultural y posnacional, las políticas culturales siguen siendo nacionales. Por otra parte, siempre que los estados ha entrado a dictar la agenda temática del cine, este se va visto limitado. Personalmente, me gustaría ver en el futuro no solo realismo nacionalista sino también ciencia ficción, thrillers, documentales, géneros híbridos postnacionales. Un cine que no solo nos diga lo que somos, sino lo que no somos, el otro inconfesado que vive dentrote nosotros, el deseo confeso de ser otros.
  3. Integración de procesos. El gran desafío para muchos de los cines de América Latina no es la producción. El problema hoy está en distribución, exhibición y consumo. El cine ha dejado de ser la producción de películas para convertirse en un proceso complejo e integral de intervención estética, política y cultural. A tono con estos cambios, son necesarias estrategias tendientes a posicionar el cine ecuatoriano en el mercado local e internacional y formar audiencias capaces de consumirlo. Frente al innegable desarrollo que ha tenido la producción cinematográfica nacional, se hace evidente el subdesarrollo que existe en el campo de la educación cinematográfica y la formación de públicos. En Ecuador, las instancias mediadoras entre el filme y el público son nulas. Los espacios de educación, discusión y debate público son escasos, apenas hay publicaciones sobre el cine nacional, la investigación y la crítica no existen.

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