Por Camilo Luzuriaga
El cineasta y productor Camilo Luzuriaga reflexiona sobre el llamado “cine de autor”. ¿será que el cine de autor, que, en épocas pasadas nació como forma de resistencia al poder, hoy se ha convertido en un nueva camisa de fuerza?.
Cuando todavía no hacíamos cine en Ecuador, guionista, director y productor, en este orden, éramos una misma persona. Esta trinidad, que de santísima y misteriosa no tenía nada, correspondía a la precariedad de las condiciones materiales y sociales de producción, y a la inexistencia de tradición alguna que autorice uno u otro procedimiento. No se trataba de una opción “autoral”. Simplemente, no había otra opción.
Ahora, en 2015, cuando ya llevamos 15 años de haber empezado a hacer cine, cuando las condiciones materiales y sociales son otras, esta trinidad se resiste a considerar la posibilidad de que una clara separación de funciones abundaría en productos más atractivos para la audiencia y, por tanto, más competitivos en el mercado local, y con alguna opción de entrar en el mercado internacional.
Es la posibilidad que vislumbró el cine anglonorteamericano a comienzos del siglo pasado, en pleno auge de la producción en cadena, cuando separó y especializó las funciones en la producción cinematográfica, hasta llegar a los niveles de hiper-especialización del que dan cuenta los interminables créditos de las películas y series de TV de hoy.
Esta organización industrializada del cine también fue abrazada por las cinematografías europeas, incluyendo la soviética, la francesa, la alemana, la italiana. Abrazo fascista, en algunos países, con Cinecittà como emblema de grandeza industrial-nacional.
Es contra esta y no otra industrialización que surgieron el neorrealismo italiano y la nueva ola francesa. Terminada la guerra y caído el fascismo, los jóvenes de Cahiers du cinema lanzaron su revista y sus películas de autor contra este orden establecido. El cine de autor, que identifica a guionista y director en una misma persona y, a veces, hasta al productor –como en Los 400 golpes- , fue la bandera contra un régimen económico y simbólico capitalista y fascista. Bandera que todavía la sostiene Godard, el más radical de sus ideólogos y realizadores.
En América Latina, durante las décadas de 1960 y 1970, hicieron suyo el concepto autoral del cine el Cinema Nuovo brasileño y el llamado Nuevo Cine Latinoamericano, sobre todo en Argentina y en México, países estos que ya contaban para la época con una industria de cine.
Sin embargo, la dimensión ideológica del concepto cine de autor, por anti capitalista y anti fascista, encarnada en jóvenes que estudiaron cine en Europa -o que suscribían a las escuelas europeas-, sirvió de base para impulsar el nacimiento de nuevas cinematografías sin antecedentes industriales, como la boliviana, la cubana y la chilena.
No fue el caso ecuatoriano, pues cuando empezamos a hacer cine de manera sostenida, el cine de autor ya no era una bandera ni siquiera en Europa, donde la necia suscripción a sus postulados había sido ya cuestionada y señalada como una de las causas de la bajísima competitividad del cine continental europeo, frente a la producción de la industria anglo-norteamericana.
Sin los antecedentes industriales y políticos que justifiquen en Ecuador la bandera del cine de autor, entonces, la pregunta es: ¿porqué la trinidad aparentemente autoral se resiste tanto a la separación de funciones en los emprendimientos cinematográficos y audiovisuales?
El modo de producción artesanal dominante en el cine ecuatoriano es un vestigio feudal, que confiere o pretende conferir potestad absoluta al artesano dueño del taller, quien decide o pretende decidir por si y ante si, por sobre y a pesar de aquellos a quienes contrata más por fidelidad familiar y de amistad, que por méritos profesionales.
La clara separación de funciones, como forma de trabajo colaborativo, atenta contra la aparente seguridad de quienes en realidad no estamos seguros que sabemos lo que hacemos. Por falta de experiencia, por nada más. Inexperiencia individual y colectiva que sólo se supera haciendo más, y debatiendo sobre lo que hacemos.
Uno de los debates del cine ecuatoriano de los últimos años ha sido, precisamente, si producción artesanal o producción industrial. La sucesiva modificación de las bases de las convocatorias del Consejo Nacional de Cinematografía para la asignación de los fondos concursables, refleja el desarrollo de este debate, desde la primera convocatoria de 2007, para la cual el productor no existe, hasta la última, que establece director y productor sean personas diferentes, y que el productor es el titular del proyecto en todas sus fases, menos en la fase inicial de escritura de guion.
El sólo hecho de que el Estado reconozca la necesidad de separar en dos personas dos de las tres funciones, la de director y la de productor, ya ha generado más de un mal entendido –y disputa-, que se refleja de manera cruda en la siguiente cita de alguien que aboga por si ante el CNCINE:
“Uno de los requerimientos del CNCINE es cederle los derechos de guion a la persona que presenta el proyecto, de esta manera […] se le cedió los derechos del guion [al productor] para que pueda pedir los fondos del CNCINE con el objetivo de traer los fondos al proyecto y que sea un aporte más para la producción de [el filme] que como se ha manifestado anteriormente es una producción independiente de [el director y guionista]”
Para el citado, el productor es un ayudante del director y guionista, para que este pueda hacer su película. O es un prestanombres, que se presta al juego de las apariencias – tan popular en nuestro país- para que el director y guionista haga lo que quiere hacer de manera “independiente”.
¿No subyace a este criterio -más difundido de lo que se pueda creer- el concepto supuestamente autoral de que el “dueño” de un filme es el guionista y director, considerados como una sola persona?¿Qué pasaría si el CNCINE exige en sus bases que guionista y director están obligados a ser personas diferentes? ¿Cuál es el problema de fondo que enfrentamos con este debate?
El problema de fondo radica en que si no hacemos algo por desarrollar el hábito de construir equipos colaborativos de trabajo, en base a la clara separación de las funciones rectoras de un proyecto cinematográfico y audiovisual, la auto referencialidad auto complaciente y el egocentrismo seguirán rigiendo el cine nacional, con la actual debacle de una bajísima asistencia del público, que ya vivimos el año anterior, y que continúa en este.
Alguien debe hacer algo. No los europeos, en ningún caso. Ellos viven su propio proceso, y el nuestro no les incumbe, ni les interesa. Y sin embargo, cuántos de nosotros, de manera no declarada, hacemos cine para satisfacer el gusto festivalero europeo –o bonarense, que es lo mismo, o casi-. Es la juvenil ilusión y necesidad por el reconocimiento del otro, del gran otro, de aquellos que inventaron el cine de autor para oponerse a ese otro cine que ya tenían.
Si el cine ecuatoriano es una realidad ahora, y si patojea frente al público, el cine que tenemos que inventar es aquel que este público espera que hagamos. Es nuestra tarea averiguar cuál es. La respuesta no la hallaremos tan lejos, ni en Cannes ni en Berlín… tampoco en California. La respuesta está a la vuelta de la esquina… del sur

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