Por: Fidel Intriago
Cuarenta y ocho segundos, otros dicen que cincuenta y dos, cuarenta y cuatro también he escuchado. Después de siete meses no nos ponemos de acuerdo. Tampoco sabemos cómo seguimos aquí contándole al mundo sobre el tiempo de un terremoto, porque minutos antes pasamos por la casa que se derrumbó, habíamos saludado al que murió debajo del carro que arropó un edificio, o debimos también haber sido tragados por el río, ya que regularmente los sábados a las 18h58 comprábamos hamburguesas ahí donde ahora ya no hay nada. Como nunca esa noche me quedé a medio camino comiendo cueritos, y yo no soy de comer cueritos.
Siete meses después tampoco reconocemos esta ciudad, la que caminábamos tranquilos de día, de tarde, de noche no tanto porque sabíamos el lugar de las cosas, el estado de las casas y el recuerdo de los casos, la ciudad que en sí misma era un imaginario propio, una memoria viva, ya no está. Tuvo que desfragmentarse siguiendo el curso de los escombros. Aún nos preguntamos dónde queda el almacén que compramos las medias, dónde está la cevichería en la que vendían de pinchagua de a dólar y medio, dónde carajos queda el banco al que tengo que depositar, ¿y las películas, dónde comprarlas?.
La temporalidad también cambió, la vida se mide en antes y después del terremoto. Las palabras más comunes después de un saludo son ‘reconstrucción’, ‘zona cero’, ‘reactivación productiva’, ‘sismo-resistente’, ‘IVA al 12 o al 14 por ciento’, ‘casa nueva’ y ‘albergue’. El espacio es distinto, es que nada se ve igual. ¿Qué se supone que queda cuando el espacio y el tiempo se transfiguran frente a nosotros?. Si a físicos y filósofos les cuesta responder esa pregunta, qué iremos a saber nosotros, los del epicentro. ¡Qué mala cosa para dejar de ser la periferia por una vez y ser el centro de algo!
Acá seguimos llorando, no porque nos falte agua, comida o techo, aunque nos hayan amenazado con meternos presos si lo hacemos, es porque en algún momento de la semana nos toca sí o sí, recordar esos minutos en cada pedazo de tierra vacío que transitamos. Simplemente no hay resiliencia que alcance, apenas si sabíamos que existía esa palabra.
Entre lo natural que es tener una relación amor-odio con la ciudad que uno habita, es lugar común desearle lo peor previo a su progreso. Ante el caos del día a día, ¿quién no dijo que solo un meteorito exterminador, o un terremoto maldito era la solución a los problemas cotidianos? La culpa también tiene su parte aquí.
Así, entre historias, recuerdos, preguntas y divagaciones se vive en una ciudad destrozada por un terremoto. Así continuamos acá construyendo un nuevo estado de las cosas, buscando por ejemplo dónde hacer una función de cine ya que todo rastro de espacio cultural fue destruido; buscando nuevos puntos de encuentro, buscando una nueva ciudad. Así estamos siete meses después.

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