Por Lizardo Herrera (Whittier College)
Camal (filmado en1991 y editado en el 2000) es un cortometraje de Miguel Alvear en donde el personaje central es la Empresa Municipal de Rastro de la ciudad de Quito a inicios de los años 90. La cámara recorre el antiguo camal ubicado al sur de la ciudad mostrando diferentes escenas entre las que destacan el faenamiento de cerdos, corderos o vacas; gente haciendo sus labores tanto en la matanza de animales como en la comercialización de la carne; niños jugando con las ovejas; altares donde la gente reza o pone velas a la Virgen; entre otras.
El corto de Alvear nos transporta a un espacio en donde coinciden conflictivamente diferentes temporalidades. Por un lado, el origen de la Empresa Municipal de Rastro obedece a un ideal modernizador, cuyo objetivo era ofrecer un espacio en donde la carne fuera faenada de manera higiénica y ordenada; por otro, la realidad se transforma en la superficie en donde se inscriben esos sueños modernizadores. Esta realidad, sin embargo, a pesar de que es transformada por un proceso agresivo de modernización, contiene un exceso que escapa el ideal modernizador en donde lo reprimido se hace presente una y otra vez.
Las imágenes de las paredes del local quizás son el mejor ejemplo de esta convivencia conflictiva. Estos muros obedecen a una arquitectura que intentó normar el faenamiento de los animales; pero sus viejas paredes están llenas de agujeros producto del deterioro y del uso del local. Camal es similar a los agujeros de estos muros en tanto saca a la luz los huecos de un proyecto modernizador que siempre se queda a medio camino debido a que la realidad desborda sus moldes y toma caminos imprevistos.
¿Cuáles son los huecos que la película nos muestra? Miguel Alvear en la presentación de su corto en el cine Ocho y medio en Quito, en enero del 2014, señaló que cuando filmó Camal la presencia indígena era mucho más fuerte que en la actualidad. Según el director, su filme da cuenta de un proceso de transformación en el que lo indígena es borrado de la ciudad. Si Alvear tiene razón, estamos ante una primera gran oposición: lo indígena frente a lo moderno o quizás sea más adecuado decir lo moderno como un proyecto, cuyo objetivo se opone lo indígena, al cual intenta civilizar cuando no desaparecer.
Hagamos una pequeña pausa en el análisis de la oposición citada y reflexionemos un poco más sobre las imágenes del faenamiento. Cuando el director subió Camal a la plataforma de Vimeo, hubo espectadores que reaccionaron con cierta indignación ante unas imágenes en donde veían altas dosis de crueldad en contra de los animales. En efecto, vemos golpes, escenas de arrastre, cuerpos degollados, fetos, vísceras, cabezas, sangre por el piso, en fin, imágenes difíciles de procesar para una sociedad en donde la muerte ha perdido su antigua visibilidad. Esta mirada indignada, según Alvear, proviene de un observador ingenuo para quien lo que mira es algo aterrador y nauseabundo. Desde mi interpretación, este punto de vista que con sinceridad procura un mejor trato a los animales contradictoriamente coincide con el sueño modernizador, último que también plantea una sociedad aséptica libre de impurezas.
Camal utiliza diferentes elementos de terror como, por ejemplo, la música, la imagen de una cabeza de un cordero degollado, la sangre. La cámara enfatiza en varias ocasiones en elementos incómodos.[1] Propongo, sin embargo, pensar el terror en un sentido más amplio. Desde esta perspectiva, más que mostrar la subjetividad del director o las prácticas crueles de los trabajadores del camal, el horror representa la cara oculta de la modernización. En la presentación antes mencionada, Alvear nos contó que la ausencia de diálogo en su película se debe a que no quería que fueran las entrevistas las que dieran testimonio del lugar, sino las imágenes. Si relacionamos esto con aquel observador ingenuo descrito en el párrafo anterior, tenemos que las imágenes del corto no únicamente testimonian con gran destreza el antiguo camal de Quito, sino el terror que siente esa mirada indignada y, sobre todo, la violencia que esconde la modernización. El terror del observador ingenuo le obliga a eliminar los elementos incómodos que le espantan o le generan náuseas, es decir, se produce un proceso de invisibilización o de limpieza. La modernización, en cambio, le tiene terror a lo que considera elementos caóticos o anacrónicos, por eso, desarrolla un proceso de asepsia, cuyo propósito es erradicar la “suciedad” o las práctica primitivas que obstaculizan el desarrollo.
Camal, por otro lado, nos deja ver que Quito como ciudad moderna y en continuo crecimiento requiere cada vez de mayores cantidades de carne para subsistir. En términos esquemáticos podemos señalar que la urbe necesita llevar a cabo una matanza cada vez mayor; esto es, precisa matar más animales para alimentarse. El corto de Alvear, de este modo, hace visible la muerte que está detrás del crecimiento urbano de la ciudad, pero que el proyecto modernizador o la mirada indignada se empeña en ocultar o presentar de manera aséptica. No se trata de defender posturas crueles ante los animales, sino de cuestionar el proceso de asepsia modernizadora o posturas escandalizadas que al fin y al cabo ocultan la violencia y la muerte que está detrás de su propio funcionamiento.
Esto significa que el hecho de ocultar la violencia y la muerte o irlas ubicando en los lugares más escondidos de la sociedad no tiene interés en la defensa de los animales, sino por el contrario, su afán o se dirige a evitar molestias ante los ojos de la ciudadanía/espectador o eliminar prácticas impuras que atentan contra el orden deseado. En este sentido, ocultar la sangre de la faena coincide plenamente con aquello que Alvear identificaba como la disminución de la presencia indígena que trajeron consigo los procesos de modernización en la ciudad de Quito. La crueldad y lo indígena, por consiguiente, coinciden en el lugar de lo bárbaro o lo salvaje o como un signo de prácticas anacrónicas que pertenecen a un pasado caótico que necesita ser normalizado, o sea, civilizado.
Camal, sin embargo, da un paso más allá. Al mostrarnos la sangre o la muerte de los animales en el antiguo camal de la ciudad, no sólo cuestiona la asepsia modernizadora, sino que sobre todo hace visible su fracaso. El edificio del la Empresa Municipal de Rastro en la película se transforma en una ruina de la modernización ecuatoriana. Ruina tanto en el sentido de un edificio deteriorado como en el de un proyecto inconcluso que nunca llega a realizar o cumplir sus promesas. Las personas que usan el local o los servicios del camal, muchas de ellas de ascendencia indígena, a través de sus práctica cotidianas minan el poder modernizador, hacen huecos en las paredes, botan las vísceras a las calles, sus niños juegan con las ovejas, etc.
Por tanto, haríamos mal en mirar este filme como un compendio de prácticas crueles en contra de los animales o la constatación de prácticas inhumanas que es o era necesario erradicar. El camal que filma Alvear es una sociedad rica en donde se desarrolla una economía a escala, pues muchas personas viven de las vísceras desechadas; se organizan festivales como lo dice la única mujer que habla y hay prácticas religiosas complejas; pero sobre todo estamos ante una sociedad, cuya relación con la muerte es muy distinta a la que promueve la asepsia modernizante o escandalizada.
Me gustaría enfatizar en dos aspectos. Primero, las imágenes de los niños subidos en las ovejas jugando con ellas. Allí vemos una alegría que no se sacia con la crueldad en contra de los animales. Estas imágenes muestran que no hay sadismo per se en los trabajadores ni en los comerciantes del camal. Dicho de otro modo, estamos ante gente que trabaja para ganarse el sustento y para proveer de carne a sus familia o a la ciudad.
Segundo, las imágenes de los altares, llenas de velas, estampas, espejos y flores de diversos colores. La estética de estos altares muestra un barroquismo que se dispersa por el espacio y acumula en sí objetos de distinta procedencia. ¿Cuál es la importancia de estos altares en el antiguo camal de Quito? La primera respuesta sería de índole especulativa, pues podemos asumir, sin estar completamente seguros, que están allí justamente por la presencia tan visible y frecuente de la muerte.
La segunda tiene que ver más prácticas sincréticas en donde se fusionan diferentes tiempos y espacios culturales. El barroquismo de los altares a diferencia de la violencia modernizadora representa el colapso de una matriz cultural única. Allí la presencia indígena no desaparece, sino que se torna más visible. La plasticidad barroca, en este caso, tiene menos que ver con lo religioso o lo teológico –ambos derivados de otro tipo de imposiciones o violencias- que con cuestiones profanas. Lo profano se encuentra en la forma en la que se acumulan los objetos y los colores de los altares, pues en éstos se mezclan diversas tradiciones que van más allá de la misma devoción o el consuelo religioso.
Camal, en este sentido, es similar a los altares no porque ofrezca un consuelo religioso o alivie las penas de los espectadores ante el faenamiento de los animales, más bien todo lo contrario. Allí conviven conflictivamente diversas tradiciones y tiempos. El corto de Alvear es una puesta en escena de la diversidad en donde lo indígena se mantiene a pesar de la violencia modernizadora. La crueldad, por tanto, no la podemos endilgar a los trabajadores ni a los comerciantes del camal ni a “sus prácticas anacrónicas”, sino fundamentalmente a un proyecto modernizador que, por un lado, construyó esa ruina llamada Empresa Municipal de Rastro y, por otro, invisibiliza la muerte y lo indígena en nombre de la salud y el orden públicos.
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[1] Leonor Jurado me hizo notar cómo algunas de las imágenes de Camal usan elementos del cine del terror. Sería interesante realizar un análisis más detenido de este tipo de técnicas en el corto de Alvear que por cuestiones de espacio y de objetivos no son desarrolladas en el presente texto.

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