Lizardo Herrera es catedratico en Whittier College en california especializado en las estéticas del barroco. Actualmente esta por publicar una monografía sobre “Blak Mama” en el contexto del neo-barroco. El presente texto apareció en el periódico de Ochoymedio en 2010.
Blak Mama (2009), la película de Miguel Alvear y Patricio Andrade, es un viaje por esos espacios en donde el lenguaje se nos escapa porque las experiencias nos exceden demostrándonos lo diminutos que somos. Este filme muestra ese Ecuador profundo que no vemos o, mejor dicho, no queremos ver, pero que está tan a la superficie que se ha convertido en nuestra piel: una piel deteriorada y horrible. Un Ecuador en donde el Capi Luna, un asesino cruel que mata a Ángel Exterminador sólo porque éste sacó a la luz su deseo prohibido, encarna ese patriarcalismo homofóbico que circula por nuestras venas gracias al trabajo subreptico de una cultura letrada a la cual Blak y la Bámbola, al inicio de la película, se encargan de darle sus merecidos hachazos, de reciclarla, en fin de transformarla en nuevos códigos para liberarnos de las taras que no nos dejan vivir a plenitud.
Nuestro viaje, entonces, es un cambio de piel, un cambio difícil porque para despojarnos o por lo menos limpiar ese armario en que ha devenido nuestra conciencia, debemos enfrentarnos directamente con los horrores que significa la nacionalidad, identidad o subjetividad. Por eso, aunque Blak Mama nos despelleja sin compasión, también nos pone a tejer una nueva piel más acorde con “aquello que nos gusta, pero nos asusta”, un traje nuevo que surge de ese torrente de imagenes que fluye por nuestras mentes y cuerpos conduciéndonos vertiginosamente por los territorios más recónditos de la imaginación. La nueva piel, de este modo, es bordada con los hilos de una actividad delirante que nos propone sentir el exceso de la vida misma en tanto ésta es un devenir incontenible de gozo y de placer. Dicho de otra manera, la película nos despelleja a través de la risa y la alegría, pero antes que lanzarnos al vacío de la destrucción, nos ofrece nuevos códigos mediante los cuales esa existencia cosificada de los ecuatorianos y de la gente en general pueda transformarse en algo pleno y creador. Blak Mama nos lleva a ese “otro lado” que tanto anhelamos, pero que por nuestros propios miedos no nos atrevemos a cruzar.
La Mama Negra y su recorrido espectacular por las calles de Latacunga es la alegoría perfecta de la creación alucinada. No en tanto existe una codificación conservadora, sino porque el derroche siempre está latente allí y se constituye en una fuerza que se emancipa de la estructura de la que nace. La fiesta en la medida en que es el espacio de la transgresión, saca a la luz los cucos que habitan en nuestros armarios, pero no para atemorizarnos, sino para mostrarnos lo ridículos que son, para burlarnos de ellos porque en vez de rocas sólidas, apenas son monigotes que se derriten apenas las roza el fuego implacable de la alucinación creativa. Recordemos que este fuego convirtió al Capi Luna en hornado y chicharrón, pues su figura de macho era sólo una ilusión de mal gusto que había que eliminar para evitar la parálisis de la muerte.
El viaje de Blak Mama, por tanto, es un viaje dinisíaco que nos emancipa de nuestra individualidad transportándonos a los orígenes de donde venimos todos, pero no para quedarnos allí, sino con el objeto de adquirir un nuevo ser. Blak lo entiende perfectamente, sabe que tiene que recluirse en las entrañas de la tierra porque el eterno retorno implica mantener abierta la posibilidad de confeccionar un nuevo traje de manera indefinida. De lo contrario, si fuera por una única vez, sólo sería un proceso lineal de cosificación nihilista, cuyo trabajo en vez de devolvernos a la vida, significaría una encerrona mortal. Por eso, antes de crear una siguiente piel, debemos gastar (vivir) aquella que adquirimos con la película. Blak Mama sólo regresara con su poder creador una vez que hayamos renegado de ella, pero no para mantener una piel caduca y sucia por tanto uso, sino con el fin de garantizar el flujo de la vida. Al final, aunque resistiéndose a ello porque desea seguir festejando, Blak se dio cuenta de que su traje estaba harapiento después del festejo. Por eso, ingresa voluntariamente al cráter del volcán de la vida para volver a la superficie una vez que haya logrado recrearse a sí mismo. La fuerza de Blak Mama, por tanto, no está en la primera impresión de la película, sino en una relectura constante que exige que los especadores también nos recluyemos en nuestras propias cavernas si queremos recuperar esa fuerza creadora que devuelva el sentido a nuestras arrugadas o aburridas existencias.

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